El Camino que salva del exilio y de la muerte, presentado por Charles d’Hooghvorst en la librería Almirall de Barcelona, 2001.
Las dos vías sucesivas de regreso a Dios (2001), O EL CAMINO QUE SALVA DEL EXILIO Y DE LA MUERTE, según las enseñanzas del Mensaje Reencontrado de Louis Cattiaux
La noción de una caída original de la naturaleza y del hombre está presente en todas las tradiciones, y nadie puede negar sus consecuencias: el sufrimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte.
Toda búsqueda de la divinidad implica el reconocimiento de esta noción fundamental de una encarnación en una tierra mezclada de muerte, una tierra de exilio, a imagen de los israelitas convertidos en esclavos en Egipto, sometidos a todo tipo de trabajos serviles, sin otra finalidad que la muerte.
¿No habríamos hecho mejor en permanecer en esta inconsciencia del «Gran Todo», en lugar de encarnarnos, es decir, de haber buscado obtener este cuerpo imperfecto destinado a la destrucción y a sufrir todas las consecuencias?
La pregunta merece ser planteada, pero su respuesta es negativa; ¿no vemos que sin el cuerpo, sin el sentido, el espíritu no puede manifestarse, no puede expresarse? Toda la naturaleza exterior nos prueba que el espíritu universal, el alma del mundo, necesita de una semilla terrestre para manifestarse. Es entonces cuando este espíritu produce todo tipo de especies en los tres reinos: mineral, vegetal y animal.
La naturaleza siempre tiende a encarnarse. Basta con observar un instante los metales engendrados en las entrañas de la tierra. Lo que los engendra no es otra cosa que sus correspondientes en el cielo, es decir, ese espíritu universal, llamado universal porque procede de los siete planetas, en relación con los siete metales. Estos planetas, por su movimiento circular alrededor del zodiaco, giran siempre en la misma dirección. «Universal» proviene del latín universus, «que gira en la misma dirección». Es lo que los Antiguos llaman el alma del mundo y que identifican con la divinidad.
Esta fuerza es la que busca corporificarse en este mundo, que lo mantiene en vida y lo alimenta; también es la vida, la luz del sol.
Durante la noche, este espíritu universal se deposita sobre la tierra mediante la humedad del aire o el rocío. Es atraído por los imanes naturales de cada especie y se incorpora a ellas, y las hace crecer.
Por la mañana, debido al calor del sol, el espíritu que no se ha especificado asciende hacia arriba; y la porción de este espíritu que ha sido retenida en las raíces de las plantas, por ejemplo, también es atraída hacia arriba, pero por dentro de los troncos y brotes vegetales, haciendo que crezcan y aumenten.
El secreto de los sabios parece ser este espíritu universal que hay que recoger, dicen, en primavera, cuando es más abundante, pero antes de que se mezcle con los mixtos de los tres reinos.
Es extremadamente volátil y se escapa con la más mínima luz. Suponiendo que se logre recoger cierta cantidad de este espíritu, ¿qué hay que hacer con él? Dicen que hay que unirlo con la parte fija de la misma naturaleza que él, a saber, con un cuerpo perfectamente puro. Pero no existe ningún cuerpo perfectamente puro en este mundo. ¿Qué hacer entonces?
Parece que hay que disolver y purificar este cuerpo de misma naturaleza para hacerlo apto para unirse al espíritu universal, en vistas a poder germinar y fructificar.
Este espíritu desea continuamente corporificarse en la tierra. Por lo tanto, es generador, pero también es destructor, ya que es este mismo espíritu universal el que finalmente destruye cada una de sus creaciones. Porque la tierra paradisíaca original ha sido envenenada debido a la mezcla introducida por el enemigo en el momento de la culpa de nuestros primeros padres. Esta tierra lleva en sí misma el germen de su corrupción.
Tal es este mundo de la generación y de la corrupción en el que hemos sido sumergidos en el momento de nuestro nacimiento; el devenir divino del hombre, previsto al principio, ha sido congelado y reemplazado por un destino sin finalidad, sometido a la fuerza ciega de los astros.
El espíritu siempre busca corporificarse; el deseo de un cuerpo es, por lo tanto, precisamente lo que nos ha empujado a encarnarnos en esta tierra de exilio. Pero es un cuerpo animal, un sentido vulgar, el que hemos adquirido. Para ser regenerado, este sentido debe ser lavado, dulcificado y purificado por la bendición. Éste es el tesoro que el exilio nos da la oportunidad de encontrar y conocer.
Por ello, en El Mensaje Reencontrado leemos:
La caída del hombre tiene una finalidad divinamente elevada, que es la adquisición de un cuerpo bajo y su glorificación en Dios.(MR XXV, 49)
De hecho, la serpiente ya se lo había advertido a Eva:
No, no moriréis, pero Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos y seréis como Dios. (Gén. III, 45)
Sin embargo, se abstuvo de informarla sobre el precio a pagar antes de poder alcanzar ese estado de «ser como Dios». Este precio son todas las pruebas que el exilio nos impone para enseñarnos que vivimos en una tierra extranjera, que no es nuestra verdadera patria.
Para expresarlo de otra manera, se podría decir que la semilla divina que llevamos dentro no germina, porque estamos, de alguna manera, en el invierno y en el exilio de una tierra extranjera. Esta helada invernal crea el infierno de este mundo. A través de este hielo, nuestra alma sensible, el alma de nuestros sentidos, ha sido atada y sujeta a los tres reinos (mineral, vegetal y animal) sobre cuyas cortezas solo se arrastra, ya que son el alimento de su supervivencia, pero este alimento está mezclado con corrupción. Así, nuestra alma atada gime en el exilio y en la insatisfacción, porque tenemos nostalgia de «algo».
Aquí es donde debe intervenir el estudio, quiero decir, el estudio de las palabras de los sabios y de los profetas que nos enseñan el profundo significado del misterio de la encarnación y, por lo tanto, de la regeneración. Porque si el estudio y la tradición no intervienen, seguiremos la pendiente natural de todo espíritu, que es querer regresar al «Gran Todo» antes de encarnarse; esto es la mística, las realizaciones llamadas espirituales, porque nuestro espíritu tiene como único deseo regresar a una beatitud de la que le queda un vago recuerdo, pero que es una beatitud insensata, sin los sentidos; porque precisamente queremos evadirnos de esos sentidos que apestan y que nos torturan. Esto es lo que nos proponen, a través de la ascesis, toda la serie de escuelas espirituales: son realizaciones en espíritu, es decir, insensatas, sin los sentidos. Otra tendencia consistiría en atar nuestros sentidos a la cruz de la disciplina, de la moral ascética.
Sin embargo, en El Mensaje Reencontrado se enseña lo siguiente:
Hay dos vías de retorno a Dios: ya sea la disolución en la vida universal y libre, ya sea la coagulación en ella. – La primera vía es enseñada por muchos y realizada por algunos. La segunda vía es enseñada por algunos y realizada por muy pocos. – El que las separa es ignorante. El que las une es sabio. (MR XXVI, 13 a 13″)
La primera vía del retorno a Dios consiste en la disolución en la vida universal y libre, que no debe confundirse con una realización mística de la que acabamos de hablar y que se obtiene mediante una ascesis o por disposición natural. Esto puede a veces otorgar poderes asombrosos; pero estas manifestaciones siempre provienen del hombre, no lo olvidemos, y son fugaces e inconsistentes.
En cambio, esta primera vía de la disolución de la que nos habla El Mensaje Reencontrado, es el fruto de una iniciación divina, lo cual es completamente diferente. Es el comienzo de la obra de regeneración; esta vía es espiritual y en cierto modo, mística, si se quiere, pero con la condición de entender la palabra «mística» en su sentido etimológico, es decir, de la «iniciación a los misterios» (en griego, mysticos significa «que concierne a los misterios», y mystès, «iniciado en los misterios»).
La iniciación es el despertar de esa semilla divina que está congelada en el hombre, a través de «algo» que está fuera del hombre y que no está en el poder del hombre. El estudio de la palabra de nuestro maestro Hermes, y sobre todo la oración, pueden contribuir a obtener este «medio» exterior, sin el cual nada puede comenzar. Uno de los nombres de este «medio» es Isis, la Sabiduría, la Madre celestial, el Genio tácito de las Escrituras. Ella representa lo que los alquimistas llaman «el volátil». Por otro lado, la semilla enterrada en la naturaleza de este mundo, la llaman «el fijo». Por lo tanto, es hacia el cielo que hay que volverse al principio, es a esta Dama celestial a quien hay que invocar, porque ella es inteligente y escucha los ruegos de los hombres. Podemos decir que esta primera vía de retorno a Dios constituye la etapa inicial, la realización espiritual que conduce a la iluminación, lo que los orientales quizás llaman el «Nirvana». El discípulo ya está en Dios, pero solo en espíritu. El Mensaje Reencontrado nos aclara:
Algunos alcanzan aquí abajo la iluminación espiritual del Señor de vida y les llamamos bienaventurados. […] – Es el retorno al estado libre, movedizo e incondicionado en Dios. Son los liberados de Dios. (MR XXXII, 42 y 43’)
Acerca de esta disolución, de este «SOLVE» podemos leer en un tratado de Eugenio Filaleteo la siguiente explicación: Declaro que Dios creó el agua para oponerla a la tierra, lo que se manifiesta en sus diferentes texturas y cualidades. Porque la tierra es tosca y sólida, el agua, sutil y fluida. Y la tierra tiene en sí un poder coagulante, astringente, así como el agua tiene en parte en sí una facultad dulcificante, disolvente. Por lo tanto, la tierra se cierra sobre sí misma y encierra en ella el fuego, de modo que no puede haber generación o vegetación a menos que la tierra esté abierta, para que el fuego pueda obrar en libertad. Esto es lo que podemos observar en un grano de trigo, donde la facultad astringente, terrestre ha ligado todos los demás elementos y los ha terminado en un cuerpo seco y compacto. Ahora bien, este cuerpo, mientras esté seco, o como dice nuestro Salvador, «mientras permanezca solo» (Juan XII, 24), es decir, mientras esté sin agua, no puede dar fruto. Pero si cae en la tierra y muere, es decir, si se disuelve por la humedad celeste, porque la muerte no es más que disolución, entonces generará mucho fruto, como nuestro Señor atestigua.
Por lo tanto, es el agua la que disuelve, y la vida sigue a la disolución, porque apenas el cuerpo se abre, el espíritu se mueve en él, percibiendo en el disolvente, o agua del rocío, otro espíritu, al cual desea unirse.
¡No se puede expresar este proceso de disolución más claramente! Para emprender este camino, los filósofos nos enseñan que hay que dirigirse hacia el norte, donde el sol nunca llega. Son los misterios de la noche, lo que algunos han llamado la experiencia oculta, la muerte iniciática que proporciona el viático, la estrella que guía a los reyes magos. Muchos valientes buscadores se han sumergido en lo oculto, pero ¿cuántos han salido de allí iluminados, diciendo: Nox illuminatio mea, es decir, «mi noche es mi luz»? En efecto, no hay alquymia sin cábala. El Mensaje Reencontrado indica las dos etapas de la gran obra de los alquimistas:
Hay que disolver antes de coagular. – Es la ley del cielo y de la tierra. (MR XXXI, 39 y 39″)
Hay que embeber y disolver antes de secar y cocer, ya que el que empieza por cocer fija la mugre del pecado en vez de eliminarla.(MR XXII, 65’)
Sólo hay un ARTE verdadero, es el que manifiesta el espíritu libre, que es la luz del Universo. Sólo hay una ciencia verdadera, es la que fija esta luz divina en el reposo de Dios.(MR XXII, 31’)
Es decir, el SOLVE y el COAGULA. Después de esta unión del cielo y de la tierra, o de lo volátil y lo fijo, puede tener lugar la segunda etapa. Algunos de entre estos iluminados, nos dice El Mensaje Reencontrado:
[…] obtienen el conocimiento de la ciencia divina y superan la realización espiritual para penetrar la realización sustancial. – Es el acceso al estado libre, fijo y manifestado en Dios. Son los resucitados de Dios.(MR XXXII, 44 y 44″)
Cuando el hombre, durante la operación, sale de este mundo oculto, se convierte en «portador del Fuego»; éste es el estado de la purificación por el fuego, que se realiza por sí misma.
René Guénon, al querer separar la alquimia de los alquimistas vulgares o de los sopladores, afirmó que la verdadera alquimia era de orden espiritual y no material.
Sin embargo, todos los verdaderos alquimistas contradicen esta afirmación, ya que el hecho de que el inicio de su obra sea espiritual no significa en absoluto que no se trate de una operación física y material.
Los discípulos de Hermes, por otro lado, en lugar de detenerse a mitad de camino, lo que los espirituales tienden a hacer, quieren ayudar a la creación a cumplirse en su totalidad. A raíz de esta purificación y después de una larga cocción, el discípulo alcanza el Adeptado, la resurrección del cuerpo. El Adepto recupera entonces el dominio del Paraíso perdido, como el árbol de la vida plantado en el centro del jardín del Edén, cuyos frutos son la palabra profética, que trae la sanación y la salvación a todos sus hermanos lisiados, y esto no solo espiritualmente sino también corporalmente.
En El Mensaje Reencontrado se dice al respecto:
El santo liga el alma y el espíritu en Dios y supera la segunda muerte. – El sabio liga el alma, el espíritu y el cuerpo en Dios y supera la primera y la segunda muerte. (MR XXIII, 77 y 77’)
Éste es el cuerpo glorioso de resurrección.
A modo de conclusión, leeremos sobre las dos vías de regreso a Dios, el resumen que nos ofrece El Mensaje Reencontrado:
¿No están las dos vías sabiamente entremezcladas en él [libro] para formar el árbol de vida, en vez de ser profanamente separadas para hacer con ellas muletas muertas? (MR XXXI, 30’)
¿La luz de vida no ha salido de la unión del cielo y de la tierra ? Y ¿las dos vías de Dios no se encuentran milagrosamente unidas en ella sola? – Los profanos ignoran ambas, los medio instruidos las separan y las oponen; solamente los sabios las juntan y las unen en la unidad de Dios.(MR XXXI, 41 y 41’)
Foto de Xavier Bolao