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Apertura a la edición de « El Mensaje Reencontrado » J.-M. GROULT (2025)

Apertura a la edición de « El Mensaje Reencontrado » (texto revisado y corregido), Ediciones Philomène Alchimie

por Jean-Marie GROULT - 2025

«Poeta – Pintor – Boticario» era lo que aparecía debajo del nombre de Louis Cattiaux cuando este extraordinario artista te alargaba cortésmente su tarjeta de visita…; sin embargo, no se anotaba allí su ocupación tanto más discreta, la… de alquimista. Pero todos estos epítetos solo nos revelan de manera superficial la verdadera profundidad de este hombre fuera de lo común, que exploraba con tanto talento diversas disciplinas artísticas.

En los albores del siglo XX nace en Valenciennes Louis Cattiaux, el 17 de agosto de 1904. Su obra terrenal, que parece estar completa, revela su punto final, cuando su autor de repente abandona su corteza carnal en presencia de su esposa Henriette y de su amigo Charles d’Hooghvorst el 16 de julio de 1953 en París. Una existencia ciertamente breve, pero que nos lega, como descubriremos a continuación, una obra de las más singulares.

Louis Cattiaux vivió durante ese período bendito del entre guerras, en el que artistas, poetas y pintores talentosos agrupados bajo el vocablo de Surrealistas buscaron expresar su inconsciente en sus obras, mientras se apasionaban por las ciencias ocultas: adivinación, espiritismo, dibujo automático, astrología y alquimia. Pero Louis Cattiaux, frente a ese mosaico de artistas demasiado heterogéneo a su gusto, no se resigna a acompañarlos en ese camino tan volátil, aunque igualmente se interesa por estos temas muy en boga en aquella época.

Entonces, expone solo o a veces con algunos amigos fieles. Los críticos de arte, que visitan su galería, están desconcertados ante los temas inusuales sus cuadros, como situados entre lo real y lo irreal, donde abundan sueños o escenas teatrales pobladas de personajes, flores y animales enmarcados por símbolos intrigantes y olvidados, porque Louis Cattiaux no pinta para estar «a la moda» (MR XXXVII, 17.) ni para complacer a los críticos de arte, ¡sino para revelar!

Este artista va mucho más en profundidad que sus pares. No se trata simplemente de quedarse en la periferia, sino de buscar ardientemente alcanzar la esencia de las cosas. Buscando respuestas a sus interrogantes, recorre las bibliotecas de París; con su hermosa pluma y sus tintas de diferentes colores (ahí se refleja claramente el espíritu del pintor), transcribe con gran aplicación en pequeños cuadernos el saber de los Maestros medievales y de los alquimistas desaparecidos.

De este modo, introduce en sus cuadros, por toques sucesivos, los resultados de sus investigaciones. Si uno se detiene lo suficiente frente a sus obras y se deja cautivar por su magia, puede percibir que cada detalle ha sido meditado cuidadosamente. Todo esto podría parecer a primera vista disperso, y sin embargo, sus cuadros en conjunto giran en torno a una temática coherente, a veces perceptible, a veces sugerida: escenas de Anunciación, Vírgenes Eternas («Pinto Vírgenes Eternas cuyo verdadero nombre nadie conoce salvo aquel que las desposa» LC), Cristos resucitados, Alquimia. El artista es, sin duda, místico, pero en ello expresa plenamente su fe, huyendo sin rodeos del dogmatismo y de la santurronería.

Pero la verdad es que Louis Cattiaux no es solo un artista inspirado; alterna pintura y escritura, dos artes que, aunque aparentemente distintas, en realidad testimonian un mismo camino. Sus exposiciones, sin duda, no tienen el éxito que él espera; intuye que su pintura, que tanto aprecia, nunca logrará a través de sus obras hacer transparecer el sentido último de su Mensaje. Debe, incansablemente, iluminar a cada visitante el significado oculto. Al final, se da cuenta de que un cuadro es único, destinado a un solo comprador y, por consiguiente, a muy pocos observadores finales que no necesariamente comprenderán su sentido profundo. El Mensaje enunciado corre el riesgo de convertirse en un simple Mensaje Perdido; y, en definitiva, ¿no tienen los cuadros una vida bastante limitada?

Entonces, debe hacer vivir su expresión artística de otra manera, ya que la pintura resulta demasiado restrictiva. Quiere acercarse a un público más amplio, descubrir oyentes que lo escuchen. Primero publica algunos poemas, pero… la poesía no le parece el mejor soporte, y además, todo el mundo más o menos la utiliza de manera ventajosa. ¡Así decidido! No abandonará su primer medio de expresión: la pintura, pero reducirá su producción concentrándose en una temática privilegiada. A partir de ahora, dedicará la mayor parte de su tiempo, e incluso, al final de su vida, la totalidad de este, a componer, a veces de manera compulsiva cuando la inspiración viene de Arriba, versículos, cientos, miles de versículos (estos textos breves recuerdan a aforismos, formas literarias que pudo estudiar en los manuscritos de los antiguos alquimistas), en cuadernos, trozos de papel, sobres… todo lo que tenga a mano. Encuentra tantas más ventajas que en la pintura: puede jugar minuciosamente con las palabras; en el momento, expresar claramente una intuición, reproducir fielmente el soplo divino; pero tendrá que organizar todo esto metódicamente en libros o capítulos, en columnas. Un trabajo considerable… Luego, los cincela, los perfecciona palabra por palabra, los ordena y los numera, como si colocara meticulosamente sus colores en pequeñas pinceladas sucesivas sobre un lienzo en blanco en el caballete. Se intuye que el hombre sigue conscientemente un mismo plan; ¿no había ya practicado de esa manera al recopilar con sus tintas de colores algunos manuscritos raros de la biblioteca de París? Se aventura a publicar, por cuenta propia, algunos versículos distribuidos en doce libros en 1946, bajo el título evocador El Mensaje Reencontrado (una obra que será póstumamente completada con sus numerosos versículos inéditos y traducida a muchos idiomas). Su manuscrito parece, a ojos de los primeros lectores, aún más inclasificable que su pintura; pero al menos, está claro que con este soporte de papel, el Mensaje será más comprensible, podrá dispersarse como semillas al viento. Un libro puede multiplicarse, editarse y reimprimirse; las palabras, los libros pueden propagarse, ya no pertenecen solo al autor, sino a todos los buscadores, a todos los creyentes. Así, El Mensaje Reencontrado será accesible a menor costo, para todas las generaciones y ya no solo para unos pocos conocedores afortunados. Es consciente de que su obra nunca será reconocida en vida, porque es demasiado actual; pero no importa, las generaciones futuras sabrán, ellas, acogerla como merece. Cree que en la multitud habrá personas capaces de creer lo increíble. El Libro también estará presente en las bibliotecas, en esos lugares que tanto le gustaban cuando era más joven. Cada uno podrá apropiárselo, extraer de él un saber, una esperanza, una salvación, «el medicamento celeste que salva de la muerte» (cf. MR XXXVII, 38’). Finalmente, tiene en sus manos la clave que le permitirá retransmitir a través de su libro un Mensaje en la línea del de Hermes y de la Tradición primordial, proclamando así la enseñanza de Aquel con quien, según toda probabilidad, está conectado. De esta manera, el Libro ofrecerá a la humanidad exiliada la posibilidad de reencontrar la Palabra adámica.

Pero, ¿existe finalmente una clave que permita a todo el mundo abrir las palabras, las obras de este misterioso poeta-pintor?

Louis Cattiaux precisa a quien quiera escucharlo que este nuevo Libro no se leerá como un libro ordinario, de principio a fin como todos los demás, sino que responderá a las preguntas de aquel que sepa deslizar al azar un abrecartas en el corte del libro. Esta obra, que ahora cuenta con cuarenta libros, se ha transformado como en un diamante transparente y precioso con cinco mil facetas, que desvela en su corazón una almendra incomparable y única, mientras que los caminos de acceso habrán sido múltiples.

De esta manera, con este método de lectura mágico se intuye lo que el artista nos propone de manera subrepticia; nos desvela la analogía que existe entre el descifrado de sus versículos y el de sus cuadros igualmente mágicos; porque, para él, sacar un versículo al azar del Libro es como invitar a un huésped a un camino meditativo en su galería de arte, acompañarlo de un cuadro a otro, hacerle descubrir un elemento y luego otro; y, finalmente, compartir con él, si el visitante se esfuerza a ello, la realidad subyacente que él ha querido transmitir.

Así, el observador, el lector ya no es, en este punto un simple espectador, sino que tiene la posibilidad de atravesar la profundidad del lienzo, de la página, para fundirse en el alma del artista, o más bien en el Alma de Aquel que vivifica. Posteriormente, los numerosos lectores ya no necesitarán ser asistidos como aquel otro, solo frente a una pintura; se encontrarán, hoy o mañana, cara a cara con el Libro, un verdadero compañero de camino.

Comprenderán lo que puedan captar y obtendrán respuestas a sus preguntas según su avance en el camino de la elevación, del Conocimiento. Porque, como se dice claramente en El Mensaje Reencontrado, el lenguaje de su arte «habla a la intuición, al amor y a la memoria profunda, y no a la inteligencia, a la voluntad y a la razón superficial de los hombres» (MR XIX, 3’).

Algunos llegarán incluso a afirmar que El Mensaje Reencontrado «es el último libro conocido del Corpus Hermeticum» (JM d’Ansembourg, Ensayo sobre El Mensaje Reencontrado, Confluencia de la tradición universal y de la tradición cristiana, ed. Obelisco, 2025), ese conjunto de manuscritos que enseñan las ciencias sagradas, como la Alquimia, esa Ciencia de Dios, como tan justamente la califica Louis Cattiaux!

El estudio de los textos alquímicos a finales del siglo XIX y principios del XX era una ocupación apreciada en los salones, muchos se preguntaban por el sentido del mundo, las ciencias nuevas ofrecían respuestas estrechas e incluso cerraban de manera perentoria la discusión a ciertos debates esotéricos y a la espiritualidad. En cambio, se constituían círculos de iniciados, las conferencias eran concurridas y la publicación de obras sobre estos temas era prolífica.

Hoy en día, es más difícil en las conversaciones privadas mencionar el término alquimia, sobre la cual ahora ha caído el oprobio, y el alquimista pasa por ser «un dulce soñador», cuando en realidad bastaría con seguir sus pasos para reconocer la armonía del mundo y, desde allí, encontrarse con su creador.

Al leer El Mensaje Reencontrado o al explorar los cuadros de Cattiaux, todo nos sugiere que el autor domina el Gran Arte que es la Alquimia. A pesar de que en su Libro solo inscribe unos pocos términos propios a la alquimia, la ciencia divina está constantemente presente, exudando de cada versículo. Louis Cattiaux trabaja como los antiguos Maestros; se ocupa en limpiar la materia para que surja la Luz que desde el principio sabe que está oculta en su interior.

Si trabaja en secreto la materia prima para convertirla en su prima materia («Rehaz el barro y cuécelo», MR XV, 68 y 68’), no proyecta, como tantos otros, transmutar el plomo en oro vulgar. Él aspira simplemente a alcanzar el Oro Filosófico, es decir, realizar la transmutación de su alma mediante la rectificación conjunta de su materia.

Si intenta acercarse a Dios, lo hace uniendo el Sol y la Luna con sus globos y frascos, reuniendo lo que está arriba con lo que está abajo. La alquimia no es para él una finalidad, sino una vía de reunificación que hay que recorrer y que, si Dios quiere, permitirá al obstinado labrador vislumbrar al final del camino, gracias al Donum Dei, la tan codiciada Piedra Filosofal, en la cual se guarda el secreto del origen y del destino del hombre.

Louis Cattiaux, en nuestro favor, es un hombre del siglo XX; su Mensaje Reencontrado es, por tanto, para nosotros, tanto más accesible de asimilar cuanto que textos demasiado abstrusos de siglos pasados, cuyos autores, testigos de la cosa, suelen pretender revelar algún secreto sin llegar nunca a desvelar nada realmente, ya que sería muy peligroso si cayera en manos malintencionadas. Por su parte, Louis Cattiaux nunca divulga recetas operativas en sus escritos, como algunos esperan, que los confortarían en la práctica exclusiva del laboratorio. Por eso mismo, en un momento dado, querrá deshacer su Libro, pues ya le parece demasiado claro a sus ojos.

Sin embargo, y él mismo lo recalca: «Todos (o casi todos) los versículos del Mensaje Reencontrado tienen un significado alquímico», lo cual es evidente para quienes han profundizado en algunos textos sobre el tema, y aún más para quienes han trabajado en el laboratorio… ¡Nunca se ha leído una obra que hable tanto del Gran Arte como ésta, sin que ello transpire claramente en la primera lectura!

Con esa misma voluntad de simplicidad, Louis Cattiaux logra en sus escritos exponer con palabras «ordinarias» un concepto en verdad de los más accesibles: el de nuestra reunificación con LVI («LVI: el fuego secreto que suscita los universos, que los mantiene y los consume», cf. infra p. 3). Sin embargo, aquí, de manera voluntaria, no hay nada cerebral; con esas palabras comunes, apunta directamente al Alma y no al espíritu.

Por tanto, ahora nos corresponde a nosotros abordar sin intelectualismo cada versículo. Así como, levantando delicadamente, uno tras otro, cada uno de los siete velos de Isis para llegar al Conocimiento, deberemos deshojar, uno tras otro, cada sentido de estos aforismos hasta el último… «el alquímico, el más elevado», según asegura el propio autor.

Estos versículos, todos articulados en un orden intencionado, se revelan como una verdadera enseñanza iniciática; demuestran el conocimiento prodigioso que Louis Cattiaux oculta bajo forma de anagramas y términos codificados, incitándonos a indagar en su significado velado.

A propósito, el autor ilustra con estos casi cinco mil versículos distribuidos en cuarenta libros del Mensaje Reencontrado la manera en que hoy podemos realizar la indispensable y total «Renovación de la creación» y, por ende, de nosotros mismos. Éste es el objetivo de su obra y, para ello, como el propio autor indica tan claramente, «hay que separar la almendra de la mugre» (MR XVI, 62’), donde otros dijeron antes que él que había que distinguir lo puro de lo impuro.

Como Louis Cattiaux hubiera deseado y como tantas veces solicitó a sus fieles amigos, los hermanos d’Hooghvorst, Emmanuel y Charles, ahora nos corresponde iniciar a las nuevas generaciones en este Libro. Pero cierto es que la versión francesa de su Mensaje se ha vuelto casi inencontrable, justo cuando nuestra editorial acaba de publicar el libro de arte CATTIAUX, UN ARTE MÁGICO. Ante esta situación, no podíamos quedarnos así «cojos», como seguramente nos habría sugerido el propio autor, y ¿acaso no es imprescindible, con la ayuda de estos dos libros, impregnarse de su obra tanto pictórica como literaria?

Por eso, nos complace presentar esta nueva edición de EL MENSAJE REENCONTRADO de Louis Cattiaux, un texto que sigue siendo, sin duda, de plena actualidad. La obra está enriquecida con una cubierta original que invita a entreabrirla, introduciendo en sus páginas un modesto abrecartas, tal como sugería su autor.

Esperamos, como hubiera querido el Artista Poeta-Pintor y Boticario, Louis Cattiaux, alcanzar con esta obra a la multitud, especialmente a aquellos que aún no lo han encontrado, en particular a los jóvenes. Observemos que el autor casi nunca manifiesta en el Libro su persona mediante los «Yo», sino que prefiere múltiples «Nosotros» para que este se convierta desde ahora en Nuestro Libro; y nos gusta imaginar que este Mensaje Reencontrado no es solo el último libro del Corpus Hermeticum, sino también el último Libro profético, ahora al alcance de todos aquellos que puedan Creer lo Increíble.