Además de El Mensaje Reencontrado, Cattiaux escribió poesía y un opúsculo sobre la pintura titulado: Física y metafísica de la pintura, en el que ahora nos gustaría profundizar. En el manuscrito, tras el título, escribió: «Ensayo», quizá para dejar claro que este libro era de otra naturaleza que El Mensaje Reencontrado. En este sentido, Física y metafísica de la pintura quedó ensombrecida –sin duda, así lo quiso el autor– por El Mensaje Reencontrado, pero algunas referencias que en este ensayo se encuentran permiten acercarnos al sentido de los versículos de El Mensaje Reencontrado. En una carta fechada en 1946, Cattiaux escribió lo siguiente respecto a su obra:
Estoy acabando un libro sobre la pintura que tal vez le interese, ya que intento analizar el mecanismo de la inspiración y, sobre todo, la manera de permanecer en estado de gracia, que es el gran secreto de los verdaderos artistas (Florilegio, §170).
Cattiaux se dirige a su amigo, el pintor Gastón Chaissac, quien hacía poco tiempo que había abandonado París para instalarse en Boulogne, junto con su esposa. Además de la carta, Cattiaux le mandó la primera edición de El Mensaje Reencontrado que se había publicado él mismo aquel año y que entonces constaba de 12 libros, los primeros de los 40 que componen el libro final. La obra se terminó en 1953, año en que el autor abandonó este mundo. Cattiaux presentaba su libro a Chaissac de este modo:
Le envío El Mensaje Reencontrado y espero que le guste, amistosamente le pido que quiera dedicar el esfuerzo necesario a fin leerlo durante el tiempo suficiente para penetrar la superficie de las cosas. La columna de la izquierda corresponde más o menos al mundo sensible y la columna de la derecha es el equivalente en el plano anímico y espiritual. Dios le ayudará a leerlo porque usted posee un corazón simple que es el mayor tesoro aquí abajo…
Parece evidente que Cattiaux concibió la Física y metafísica de la pintura como un puente entre los artistas –especialmente los pintores como él– y El Mensaje Reencontrado, ya que todo su afán estaba en buscar maneras de trasmitir el mensaje que había reencontrado. Reflexionar sobre la creación artística era un medio para ello, de la misma manera que la creación artística le sirvió personalmente para vincularse con otra realidad.
En 1946, Cattiaux publicó los doce primeros libros de El Mensaje Reencontrado, una obra que en aquella época creía acabada, si bien los versículos continuaron apareciendo durante mucho más tiempo. Así, en el momento en que escribía la Física y metafísica de la pintura, sobre 1950 o 1951, también estaba absorto en la composición del capítulo o libro XXII de El Mensaje Reencontrado.
Respecto a Física y metafísica de la pintura nos atrevemos a suponer por el modo compositivo de la obra y por los originales que hemos tenido ocasión de ver, que Cattiaux ordenó y dio forma a una serie de apuntes de distinta índole que tenía recopilados, relacionándolos con la pintura y la creación artística. Los ocho primeros apartados de esta obra los dedica a cuestiones de su oficio, quizá muy especializadas para quien que no esté versado en el tema, pero que eran importantes para Cattiaux, que había investigado con pasión la manera de pintar y los elementos utilizados, es decir, el oficio, de los pintores anteriores a su época. Acaba esta serie de reflexiones o recetas técnicas con una cita de Albert Gleizes, un amigo común de Chaissac y Cattiaux y un gran pintor cubista al que admiraba, que apunta en el mismo sentido de búsqueda en las técnicas pictóricas: «Durante el siglo diecinueve los grandes pintores se han visto hostigados por problemas de orden técnico y de oficio».
Posiblemente Cattiaux, se sintiera próximo a los antiguos secretos de oficio que se guardaban celosamente en el interior de los gremios y que no sólo se referían a procesos técnicos, por eso, en ocasiones, dichas asociaciones han sido consideradas como el origen de ciertas sociedades secretas. En este sentido y a lo largo de su obra, Cattiaux vincula los conocimientos del oficio con la espiritualidad. Sus planteamientos son cercanos a las operaciones alquímicas, entendidas como un proceso artificial que acaba la obra de la naturaleza. Cattiaux expone esta idea en repetidas ocasiones, pero vale como ejemplo la dedicatoria general del libro: «A la gloria del que nos ha enseñado a ordenar la naturaleza por el Arte».
En su texto, el autor introduce comentarios astrológicos y quirománticos en el capítulo: «Test»; mágicos en el capítulo: «Origen»; visionarios en el capítulo: «Visión», entre otros, pero siempre enmarcados en planteamientos artísticos, pues según Cattiaux, y, también según algunos surrealistas, la obra de arte no puede separarse de la realidad oculta.
Asimismo son interesantes las citas que escribe al principio y al final de cada capítulo de Física y metafísica de la pintura y que proceden de autores muy diversos: pintores y críticos contemporáneos a los que conocía, como Diehl, Rousselot, Gonzague Frick, Gleizes; clásicos de la literatura, como Goethe, Blake o Wilde, e incluso a algún ocultista como Péladan, cuya cita abre el libro. Otras las extrae de maestros espirituales, como Rumi, Confucio o Mateo, el evangelista. Igualmente aparecen varias referencias procedentes del libro Principes et préceptes du retour à l’évidence de Lanza del Vasto. Lanza que, como ya hemos dicho, era amigo de Cattiaux y escribió el prefacio de la primera edición de El Mensaje Reencontrado. Sin embargo, la mayoría de epígrafes y citas finales pertenecen a un libro desconocido, perdido o extraviado –así los denomina Cattiaux– o simplemente aparecen sin ninguna referencia. En realidad corresponden a aforismos de El Mensaje Reencontrado, algunos ya escritos, y otros, la mayoría, los estaba escribiendo a la vez que concluía la Física y metafísica de la pintura. Hemos querido recoger estas últimas citas, ya que en cierto modo son como la quintaesencia del conjunto del libro y las que avalan su sentido interior:
«Imprimación»: Que la inspiración del artista sea tan alta como las estrellas y que su vida sea tan humilde como el polvo.
«Fondos»: Aquel que hace pocas diferencias entre las cosas del mundo, pronto percibe la unidad que las anima.
«Luz»: Hay algo mejor que asir la evidencia de la vida, es participar de su pureza primitiva.
«Técnica»: No acuséis a la herramienta si sois mal obrero y no claméis contra el crimen si entregáis vuestra vida a la muerte.
«Arte y ciencia»: Sólo hay un Arte, el que manifiesta al espíritu libre, que es la luz del Universo. Solo hay una Ciencia, la que insufla a esta luz el alma divina que la conduce a la forma perfecta.
«Cultura»: No seas más que tú mismo, no cuentes más que contigo mismo, no interrogues más que a ti mismo, no penetres más que a ti mismo, no te pierdas más que en ti mismo, no te encuentres más que en ti mismo, no reposes más que en ti mismo.
«Don»: Para alcanzar la verdad hay que estar desnudo como ella. Todo lo que pretende orientar o forzar la expresión del arte, lo esteriliza y lo mata; el sectarismo político, religioso o científico más que ninguna otra coacción.
«Generaciones»: Se necesita una gran generosidad de alma para ser el primero en reconocer que una obra desconocida es bella.
«Facilidad»: Quien explora su ignorancia es el único que conoce la sabiduría y la locura del arte.
«Mediocres»: La moderación es lo propio del Sabio. La tiranía es cosa del loco. La insensibilidad es el lote del mediocre.
«Apreciación»: Aquel que se baña en la claridad del fuego interior es como idiota ante toda la creación, sin embargo, es el único realmente iluminado.
«Test»: Se aprende a amar buscando penetrar el estado de los demás.
«Ascesis»: La Creación, el Hombre y el Arte no son perfectibles, en el sentido de que sólo están desviados y que su más perfecta realización no es más que el retorno a su perfección inicial.
«Sensibilidad»: ¿Por qué discurrir cuando todo está tan magníficamente diversificado por la sombra y por la luz?
«Fecundidad»: Lo propio de la vida es el movimiento, el cambio, la fecundidad, la diversidad, la libertad y la gratuidad.
«Visión»: La visión justa es ver las cosas tal como fueron y tal como serán, es decir, tal como son en realidad en la unidad primera.
«Abandono»: El artista sólo conoce el cielo y la tierra; la ciencia, la moral y la política de los hombres le aburren y le matan.
«Entusiasmo»: Quien no lleva la alegría en sí mismo, no la verá reflejarse en el mundo.
«Sugestión»: El artista, el creyente, es el que se eleva hasta la belleza aterradora de la creación.
«Libertad»: Primero hemos de romper nuestra prisión desde dentro, y la liberación vendrá al mismo tiempo desde fuera.
«Museo»: Cuando renunciamos a comprender es cuando empezamos a sentir y finalmente comprendemos. Cuando renunciamos a explicar nada es cuando empezamos a ser oídos y a ser comprendidos realmente.
El conjunto de estas citas, introductorias o finales de los capítulos de Física y metafísica de la pintura, son como un resumen del libro en el que lector se enfrenta a una experiencia espiritual que va más allá de la creación artística para penetrar en la realidad divina, al margen de cualquier prejuicio religioso.
Reproducimos también un fragmento del capítulo XXII de El Mensaje Reencontrado en el que Cattiaux recoge las sentencias citadas anteriormente tal y como aparecen en la redacción final, condesadas en misterio de revelación:
Cuando renunciamos a comprender, empezamos a comprender realmente. Cuando renunciamos a explicar, empezamos a ser oídos y a ser comprendidos realmente. – . El que se baña en la claridad del fuego interior es como idiota en el mundo, sin embargo, es el único verdaderamente iluminado. «Para aproximarse a la verdad, hay que estar desnudo como ella.» (MR XXII, 22 y 22’)
No seas sino tú mismo, no interrogues sino a ti mismo, no penetres sino a ti mismo, no te pierdas sino en ti mismo, no te encuentres sino en ti mismo, no reposes sino en ti mismo y te aproximarás al Señor de dentro, que realiza todas las cosas en ti sin ti. – La creación, el hombre, el arte, no son perfectibles, en el sentido de que sólo están desviados y que su más perfecta realización es tan sólo el retorno a su perfección inicial. «Hay algo mejor que asir la evidencia de la vida, es participar en su pureza primitiva.» – Sopórtate, Ayúdate, Búscate, Descúbrete, Conócete, Realízate, con la ayuda del Señor del cielo. (MR XXII, 23, 23’ y 23’’)
La simiente de los astros está oculta dentro de la tierra. – El limo de la tierra es la primera criatura. (MR XXII, 24 y 24’)
La visión justa es ver las cosas tal como fueron y tal como serán, es decir, tal como son en realidad en la unidad primera. – El mayor trabajo en la mayor facilidad, he aquí el ARTE. El mayor amor en la mayor pureza, he aquí la santidad. La mayor libertad en el mayor reposo, he aquí la sabiduría. (MR XXII, 25 y 25’)
Se necesita una gran generosidad de alma para ser el primero en reconocer que una obra desconocida es bella. – El que explora su ignorancia, su impotencia y su muerte es el único que conoce la locura y la sabiduría del ARTE. (MR XXII, 26 y 26’)
¡Que el espíritu del artista sea tan alto como las estrellas y que su vida sea tan humilde como el polvo! – El que hace poco caso de las diferencias de las cosas del mundo, pronto percibe la unidad que las anima. (MR XXII, 27 y 27’)
Todo lo que se opone a la vida la manifiesta más claramente, y todo lo que la recibe participa de ella magníficamente. – Lo propio de la vida es el movimiento, el cambio, la diversidad, la libertad, la pureza, la alegría, la fecundidad, la gratuidad y la alabanza. (MR XXII, 28 y 28’)
No podemos agradar a todos, ya que estamos llenos de defectos y de debilidades y aún recubiertos por la mugre extranjera, pero el Libro ya es un juicio que separa secretamente los corazones iluminados y puros, de los agonizantes satisfechos y ciegos de este mundo. – ¡Ojalá devuelva a muchos el deseo y la afición por el estudio de las Escrituras santas y sabias de todas las naciones! ¡Ojalá sea para muchos el estandarte de la victoria y de la libertad de Aquél que ES! ¡Ojalá ilumine los corazones de los que esperan la luz de vida! (MR XXII, 29 y 29’)
Todo lo que pretende dirigir o forzar el ARTE lo esteriliza y lo mata. – La moderación es lo propio del Sabio, la tiranía es la característica del loco, la insensibilidad es el lote de los brutos. (MR XXII, 30 y 30’)
El artista, el creyente, el santo, el Sabio es el que se eleva hasta la belleza iluminativa de la creación liberada de su ganga de muerte. – Sólo hay un ARTE verdadero, es el que manifiesta el espíritu libre, que es la luz del Universo. Sólo hay una ciencia verdadera, es la que fija esta luz divina en el reposo de Dios. (MR XXII, 31 y 31’)
¿Por qué discurrir cuando todo está tan magníficamente diversificado por la luz de Dios? – Quien no lleva su alegría en sí mismo no la verá reflejarse en el mundo y no la verá florecer en Dios. (MR XXII, 32 y 32’)
El artista verdadero sólo conoce la tierra y el cielo; la ciencia, la moral y la política de los hombres le aburren y le matan. – Los astros muertos son los únicos que no giran de alegría bajo el soplo del Único. (MR XXII, 33 y 33’)
Al cotejar la lista de epígrafes que hemos citado y el fragmento de El Mensaje Reencontrado que acabamos de ver, se puede comprobar que, en este último, cada palabra, cada frase tiene un sentido y una intención de más alcance del que se observa en una primera lectura. Así, por ejemplo, si leemos los versículos 23 y 23’ de El Mensaje Reencontrado y buscamos dónde aparecen en la Física y metafísica de la pintura el resultado nos aparece sorprendente.
El título que Cattiaux escogió para esta obra, y que explica el sentido de la pintura y del arte en general como un camino espiritual, fue Física y metafísica de la pintura, que traducido al latín vendría a ser: «Lo natural y sobrenatural de la pintura», pues «física» es una voz griega que vale en latín por «naturaleza». Y si bien el uso de la palabra metafísica se encamina por senderos distintos en la Europa Moderna, en Cattiaux parece claro que no es antagónico o contradictorio con la física; es decir con la naturaleza, sino más bien complementario. Así aparece en la siguiente sentencia que el autor escribió en El Mensaje Reencontrado y que hemos citado anteriormente: «El arte consiste en hacer aparecer lo sobrenatural oculto en lo natural», una definición que puede parecer extraña, pues la primera interpretación de lo sobrenatural o metafísico lo sitúa como algo externo y alejado de la naturaleza, mientras que Cattiaux lo considera algo directamente vinculado a ella. Sin embargo, Cattiaux no es el único en darle este sentido pues el beato Ramon Llull, por ejemplo, escribió lo siguiente al respecto:
Pues así, Señor, como el hombre que va por un camino pone un pie para poder levantar y adelantar el otro, así quien quiera apercibir lo que es natural, conviene que ponga su entendimiento en aquello que es sobrenatural y quien quiera apercibir lo que es sobrenatural, conviene que ponga su entendimiento en lo que es natural… pues uno es ocasión para el otro, cuando uno es apercibido por el otro. (A. Vega, Ramon Llull y el secreto de la vida, Siruela, Madrid, 2002, p. 76)
La física demanda de la metafísica y la metafísica, de la física. Esta unión se refleja también en el poema que Emmanuel d’Hooghvorst escribió en 1998 como introducción a la primera edición castellana del libro de Cattiaux. D’Hooghvorst insiste en el camino necesario que debe transitar la metafísica para no permanecer como algo separado y ajeno al hombre, y por ello escribe: «Dar cuerpo y medida a la inmensidad, es el misterio del Arte puro».
Esta inmensidad que los antiguos denominaron Pan, el dios griego cuya etimología significa «todo», debe tomar cuerpo, por eso se le representaba con un aspecto mitad humano y mitad caprino. Cuando esto sucede gracias, por ejemplo, a la creación artística, entonces según d’Hooghvorst es: «Pan ligado en humana cepa». La inmensidad fijada en un punto o, lo que es lo mismo, el encuentro de lo humano con lo divino, a partir de este momento el hombre ya «no está sólo».
El mismo d’Hooghvorst, quien seguía el pensamiento de Cattiaux, apunta que a veces el poeta no sabe que está inspirado por Dios, pero que eso no importa, porque cuando lo está, siempre es Dios quien lo inspira. La inspiración poética es, en cierto modo, un conocimiento porque se trata de un orden surgido del caos. La poesía es el orden surgido del caos de las palabras que se ordenan en el sentido del arte (Hilo I, p. 103). Evidentemente ambos autores, Cattiaux y E. d’Hooghvorst, se están refiriendo al Gran Arte, tal y como se ha llamado a lo largo de los siglos a la alquimia tradicional.
En Física y metafísica de la pintura, Cattiaux se expresa en un lenguaje cercano a la teoría y práctica del arte, pero incluye otro sentido, el de la philosophia perenne o la sabiduría que se ha trasmitido siempre igual a sí misma a través de los tiempos. Como ejemplo de lo que decimos podríamos detenernos en el capítulo titulado «Generaciones», en el que Cattiaux plantea un conflicto conocido en la historia del arte: el joven creador debe enfrentarse a las ideas establecidas de su época. Si tiene talento y valor, a la larga logrará reconocimiento y su obra se verá en los grandes museos. Si no fuera así, se hundirá en el olvido. Creemos, sin embargo, que la intención de Cattiaux busca penetrar en otro aspecto de las generaciones, pues, si bien utiliza la primera parte del planteamiento, propone un desenlace distinto en el que introduce el tema de la renovación espiritual. Así, no sólo se refiere a las generaciones cronológicas, sino que, además, le está hablando al lector de una doble generación, como la de Caín y Abel, Esaú y Jacob o, en la tradición griega, Cástor y Pólux. Es decir, de una generación carnal y de otra espiritual. El epígrafe del capítulo comienza con estas palabras de El Mensaje Reencontrado: «Se necesita una gran generosidad de alma…», pues los hombres generosos pertenecen a una generación —dos palabras con el mismo origen etimológico— que se opone a la de los mediocres y satisfechos de sí mismos, que se representa por el hombre viejo. En cambio, el generoso posee una naturaleza distinta, es el hombre nuevo. En este capítulo, Cattiaux no pretende explicar los mecanismos de las producciones vanguardistas del siglo XX, sino que va más lejos y define al verdadero artista, aquél que bebe en la fuente del arte sagrado y lo hace refiriéndose a él como «dotado de verdadera personalidad», que «permanece fiel a sí mismo»; esto es, que escucha y oye la voz que le habla en el secreto de su intimidad y que es su verdadero guía. Su corazón generoso está despierto, por ello es el viviente que «se reconoce fácilmente gracias a esta facultad que tiene de amar como a los veinte años». Este artista «sólo es comprendido por los hombres de su misma generación», y no puede ser de otro modo, el hombre viejo lo rechaza de la misma manera que las tinieblas rechazan la luz. La cita del Evangelio según san Mateo que Cattiaux utiliza para cerrar el capítulo, se refiere al Juicio final en el que cada individuo ocupará el lugar que le corresponde según el secreto de su corazón. Será entonces cuando los artistas de la nueva generación, aquellos que le dieron de comer cuando tenía hambre, y de beber cuando tenía sed, se levantarán para heredar el Reino prometido. Y cuando la vieja generación se asombre por su condena, el Hijo del hombre responderá: «en verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer a uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo». Según la hermenéutica cristiana estos pequeñuelos simbolizan la nueva generación, los hombres iniciados en el arte divino, que son rechazados y abandonados en este mundo, pero que se volverán gloriosos en el otro.
Para Cattiaux cualquier planteamiento sobre la unidad de las tradiciones pasa obligatoriamente por la afirmación fundamental de la «nueva generación», es decir, la generación mesiánica que, evidentemente, no se limita a ningún momento histórico pues pertenece al presente divino, un illo tempore que renace en cada siglo.