Rehaz el barro y cuécelo - Reflexiones sobre la cábala quymica, 1978, de Emmanuel d’Hooghvorst, Ilustración de B. del Marmol.

Acerca de los versículos de MR 15, 68 y 68’, y 23, 57 y 57’

Toda tradición religiosa o filosófica supone, para mantenerse viva, la transmisión del misterio que constituye su fundamento. Este es el sentido mismo de la palabra tradición, del latín tradere, transmitir de mano en mano.

El objeto de esta transmisión debe ser necesariamente el mismo en todos los tiempos y en todos los lugares, ya que la verdad permanece eternamente, en todas partes y siempre, la misma. Aquellos que poseen este objeto y lo guardan, lo expresan a través de imágenes que pueden ser muy diferentes según los lugares y los tiempos, pero son imágenes fidedignas. Así, los vestidos pueden ser numerosos y diversos, pero deben estar bien ajustados y dejar entrever el cuerpo inmutable de una verdad que solo se entrega a aquel a quien es dada en matrimonio.

Cuando esta transmisión se extingue, la religión o la filosofía que la manifestaba afuera en el mundo se seca y muere a su vez, como un árbol al que ninguna savia vivifica ya. Las mismas imágenes de las que acabamos de hablar se borran poco a poco del corazón de los hombres.

En el judaísmo, se designa a esta tradición con el nombre de cábala, del hebreo kibbel, que significa recibir. Por lo tanto, esta palabra significa: recepción y, en consecuencia, tradición. La Cábala se transmite y permanece inaccesible fuera de esta transmisión.

Por lo tanto, es imposible estudiarla desde fuera. Sus manifestaciones aparecen tan diversas que la mente humana se encuentra en la imposibilidad de hacer la síntesis de este caos aparente. El camino de la cábala es muy difícil de reconocer en los escritos exegéticos. Los historiadores a menudo se han equivocado al respecto, no reconociéndola donde estaba y creyendo verla donde no estaba. Aquél que no es cabalista la juzgará según sus propias normas, cuyo carácter exterior lo excluye de toda comprensión del tema tratado.

Así es como se ha considerado la cábala como una doctrina que se habría transmitido secretamente, de boca a oído, según se dice, en ciertos círculos cerrados, y que camina paralelamente a la enseñanza de la religión judía. Algunos historiadores han creído reconocer en ella todo tipo de influencias, alejandrinas, gnósticas, cristianas. Se imagina que esta doctrina nació en España y en el sur de Francia en el siglo XI. Tales concepciones restringen las dimensiones y la profundidad de la cábala a las medidas de lo que la mente humana puede concebir de sí misma y de lo que un estudio de los textos realizado desde fuera puede revelar.

Se encuentra una alusión muy clara a la existencia de una cábala judía en un pasaje de la Mishná, la parte más antigua del Talmud, que relata la enseñanza de los rabinos en la época del segundo Templo. Este fragmento atribuye a Moisés el origen de esta cábala judaica:

«Moisés recibió (en hebreo kibbel) la Torá del Sinaí; luego, la transmitió a Josué; Josué la transmitió a los Ancianos; los Ancianos a los Profetas, y los Profetas a los hombres de la Gran Asamblea».(Tratado de los padres, Ed. Nacional, Madrid, 1981, I, 1)

El verbo kibbel se relaciona aquí con la Torá misma. Notemos esto: este pueblo que había cruzado el Mar Rojo a pie seco, deambulado durante cuarenta años en el desierto, alimentado por el maná, este pueblo que tuvo la visión del Sinaí, recibió las dos tablas de piedra, llevó el arca de la alianza a la Tierra Santa a través del Jordán, ¿no habría recibido entonces la Torá? Solo Moisés, dice este texto, la recibió en su tiempo, y solo la transmitió a un solo hombre, Josué. Con el paso del tiempo, un número muy pequeño de hombres fue favorecido con el don de la Torá: los Ancianos, los Profetas, los hombres de la Gran Asamblea. El pueblo solo recibió el exterior: los libros, una historia, un culto, en otras palabras, las imágenes.

El texto que hemos citado nos da otra precisión que debemos anotar cuidadosamente. ¿De quién recibió Moisés la Torá? Del Sinaí. El texto no dice: sobre el Sinaí, sino del Sinaí. ¿De qué se trata?

Hay dos etimologías posibles para la palabra Sinaí, las cuales no son necesariamente contradictorias. Según la primera, el significado sería zarza de espinas, lo que nos hace pensar en la zarza ardiente del monte Horeb, como si las dos montañas en realidad fueran una sola. No nos ocuparemos aquí de este primer significado, sino del segundo, que sería barro. Por lo tanto, Moisés habría recibido de un barro, o en su contacto, el don de la Torá. Este último significado alude, como veremos, a los misterios de la quymica cabalística, ya que no hay cábala sin quymica, ni quymica sin cábala.

Las perspectivas del hermetismo quizás nos ayuden mejor a comprender de qué se trata realmente.

La expresión «Rehaz el barro y cuécelo» se refiere a una enseñanza muy antigua sobre el barro «que no moja las manos», primera materia de lo que los alquimistas han llamado su Piedra.

Según Ramón Llull:

«Nuestra Piedra no puede ser encontrada más que en el vientre de las cosas corruptas de donde es extraída. Esta sustancia de donde proviene la corrupción es muy grasa, fangosa y con una fuerte untuosidad aérea».(Pseudo-R. Lull, Le Testament, «Théorie», 79, Beya, 2006, p. 137)

El mismo filósofo escribe en el Codicillum:

«Nuestra plata viva es procreada a partir de una sustancia vil y fangosa y por una sola vía natural». (Pseudo-R. Lull, «Codicillus», 39, in J.-J. Manget, Bibliotheca chemica curiosa, t.I, Ginebra, 1702, p. 892).

Según Arnau de Vilanova, la plata viva o aguardiente debe ser vertida para operar sobre una cal fija que es a la vez, su nodriza, esposa y madre, y que los Filósofos llaman «nuestra tierra». Estas enseñanzas parecen oscuras. Sin embargo, aluden, no a conceptos, sino a una operación quymica realizada con la mano en el laboratorio. No es inútil saber que los alquymistas han comparado la obra de la Piedra con la fabricación del vidrio. Hacen sudar esta tierra mediante su fuego y entonces se transforma en un barro vivificante llamado baño, rebis o cosa doble. Por eso, según Arnau de Vilanova, «nuestra tierra» es a la vez, nodriza, esposa y madre.

Pero, se dirá, ¿qué relación hay entre estas consideraciones quymicas y la Torá de Moisés? ¿No están los dos temas bastante alejados uno del otro? Responderemos que esta tierra o barro de la que hablan los alquymistas se dice en hebreo adamah (barro, arcilla) y que esta palabra no es más que el femenino de Adam: hombre. Así se designa la tierra de la que el hombre fue hecho; le es como su madre y su nodriza y está vinculada a él por un lazo de simpatía natural; se instruye a su contacto, le es como un espejo en el que se contempla.

¡Muy insensato quien separa lo que Dios ha unido: el cuerpo y el espíritu! (Mateo XIX, 6 y Marcos X, 9). En la obra de San Baque de Bufor, se encuentra el siguiente pasaje:

«Al manipular el verdadero limo caótico del aire, se adivinan sin dificultad y progresivamente, los enigmas filosóficos, se recorre toda la mitología, y se penetra en el verdadero sentido de ciertos pasajes del Antiguo Testamento, y de todas las obras de Salomón». (F. du Bosquet, Concordance mytho-physico-cabalo-hermétique, Le Mercure Dauphinois, Grenoble, 2002, p. 58)

Las palabras de la Escritura Santa no han sido escritas al azar. Por lo tanto, debemos leerlas atentamente sin intentar edulcorar su sentido. Acabamos de hablar, en relación con la primera materia, de una manipulación, fuente de conocimiento. Es en el sentido literal que conviene entender lo que dice el cabalista Najmánides, en la introducción que escribió a su Comentario de los cinco libros del Pentateuco:

« … Además, en nuestras manos hay una tradición de verdad… ».

Asimismo, en el sabio Talmud de Babilonia, Berajot, 5a, se puede leer lo siguiente:

«¿Quién recibe los Iesourim (o lazos de amor) (en hebreo kibbel), cuál será su recompensa? Verá la semilla prolongar sus días, y no solo eso, sino que su estudio estará en su mano, según está escrito: Y el amor del Señor prosperará en su mano (Isaías LIII, 10) ».

No podríamos concluir mejor que citando este testimonio de Abraham Abulafia sobre su vocación a la cábala:

«Y me llamó por mi nombre, ¡Abraham, Abraham! Y yo dije: aquí estoy. (Génesis XXII, 11) Me enseñó la verdadera vía. Y me despertó como se despierta a un hombre de su sueño, para componer una obra nueva. En mi tiempo, nada análogo fue compuesto. Y forcé mi voluntad y puse la mano en una cosa que casi sobrepasa mis recursos ». (en G. Scholem, Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid, 1996, p. 152, n. 40)

¡Y es con un famoso vínculo que Abraham ató su Pascua!