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Cattiaux y su obra hermética – C. d’Hooghvorst, 2000

En la FNAC del triangle, Barcelona, 28 de noviembre del 2000

En primer lugar, hablaré del contenido profundo del Mensaje Reencontrado, y a continuación, del hombre que conocí durante cuatro años.

El Mensaje Reencontrado se sitúa en la filiación de los maestros del Hermetismo. Citemos algunos de ellos: Homero, Virgilio, Ramón Llull, Arnaldo de Vilanova, Paracelso, H. Khunrath, Dante, Cervantes, N. Valois, Cornelio Agrippa, Eugenio Filaleteo (cuyas obras completas acaban de publicarse en traducción francesa) y muchos más cuyos nombres ahora no me vienen a la memoria. Y no hemos citado a todos los de la tradición musulmana y judía.

Parece ser que L. Cattiaux ha reanudado, ha reencontrado esta filiación hermética interrumpida desde el final del siglo XVII.

Quisiera recordar en esta ocasión en qué consiste el hermetismo. La ciencia hermética procede de Egipto por medio del dios Toth, el dios de la palabra profética, amigo y confidente de Osiris, cuyo equivalente griego es Hermes y latino, Mercurio; para los cristianos este dios de la palabra es Cristo. Por eso, los hermetistas cristianos lo llaman Hermes-Cristo.

Los misterios de la profecía no son otros que los de la Palabra, que es el Pensamiento divino corporificado.

En la Biblia se dice que Adán, antes de la caída o pecado original, nombraba los seres en el paraíso, o sea, que los creaba con la palabra. Luego, perdió esta función creadora. Eso significa que el hombre exiliado en este bajo mundo ha perdido la Palabra adámica.

Existe un ritual masónico muy conocido y uno de los más bonitos, el decimoctavo grado Rosa Cruz, referente a esta Palabra perdida que hay que reencontrar.

Pero eso no es más que un ritual, o sea una simple enseñanza que no puede tener efecto sin un sabio Conocedor que lo vivifique. Hermes-Toth es a la vez el Adepto poseedor de la Palabra divina, y esta misma Palabra. Los filósofos herméticos han dado el nombre de Mercurio a cierta materia tangible, necesaria para la confección de la Gran Obra.

Tal parece ser el misterio de la ciencia hermética o cábala química de los alquimistas que hablan de su oro vivo. Cábala en hebreo significa recepción, es el don de Hermes-Cristo, y química alude a fusión, como si fuera a partir de este don la fusión de dos cosas, o sea la unión de lo que está arriba con lo que está abajo.

Todo el sentido del mensaje hermético no es otro que el de recuperar la Palabra perdida por nuestros primeros padres, o sea la regeneración del hombre caído.

Ese es el único mensaje, la transmisión de este don que salva de la muerte, mensaje siempre idéntico, repetido en sus escritos por todos los sabios de la humanidad desde su principio, pero expresado de modo distinto con imágenes y símbolos variados, según las épocas y según los pueblos.

El Mensaje Reencontrado lo pone en evidencia con las citas de varias Escrituras sagradas, colocadas al principio y al final de cada uno de sus capítulos o libros.

Louis Cattiaux decía:

«El hermetismo es el núcleo mismo de la tradición y por eso puede incorporarse en todas las caras de la tradición representadas por las diversas religiones».

 

LOUIS CATTIAUX

*

EL HOMBRE

 

Le conocimos entre el año 1949 y 1953, año de su desaparición. En 1949, hacía ya 10 años que había empezado la redacción del Mensaje Reencontrado. Es aproximadamente en esta época cuando escribía el siguiente versículo del libro XVIII-45:

« Diez años han sido necesarios para escribir el Libro, así pues, ¿quién se negaría a leerlo durante el mismo tiempo antes de formular preguntas inútiles? »

« Cuánto más agitemos el barro más se enturbiará y cuánto más lo dejemos reposar más se decantará de forma natural. » 

Pues había escrito 18 libros de los 40 que constituyen el total de la obra. En 1946 se publicaron los 12 primeros a cuenta de autor y así es como conocimos, mi hermano y yo, el Mensaje y su autor.

No sé si es muy útil hablar del autor; sería algo como describir el asno y olvidar el tesoro que lleva, o hablar del piano sin considerar al artista que toca el instrumento.

Así es como puede nacer la idolatría de la persona y como se engendra el fanatismo, en detrimento del mensaje que transmite el hombre, o en detrimento de su enseñanza. Sin embargo, es cierto que sin un asno, el tesoro de la divinidad no puede ser traído o concedido a los hombres en este bajo mundo, y sin un piano, la música celeste no puede ser oída por el hombre en el exilio. Pero no hay que confundir una cosa con la otra. De todas formas, Cattiaux hacía todo lo posible para que no naciera la idolatría de la persona. Pues hablamos de un personaje fuera de lo corriente, de buenas a primeras un hombre desconcertante, pero alegre, divertido, con un gran sentido del humor. Hemos dicho desconcertante, de reacciones imprevisibles, guiadas por una lógica particular que cogía a sus visitantes de imprevisto; le gustaba chocar a la gente e incluso escandalizar, pero siempre con humor. Era uno de esos hombres sin complejos, perfectamente libre en el mundo, que vivía intensamente el presente, al igual que un niño alegre y sin malicia.

Con frecuencia charlatán y payaso, se negaba a tomarse el mundo en serio, no menos que a sí mismo; nunca magistral, si enseñaba, lo hacía a la manera de un bufón, que posee el arte de decir a aquellos que quieren oír, haciendo reír a los demás y sin que puedan ofenderse.

« Hemos tomado el hábito del charlatán, pues el desprecio desinteresado del mundo es menos duro de soportar que su admiración interesada. – El Libro es como el arca que lleva y transmite el secreto del Único. Muchos lo llevarán, pero pocos lo penetrarán. » (MR XXIII, 61)

 « Nos llamaremos incapaces, inútiles y estúpidos cuando reposemos en la contemplación del Único; o bien, nos llamaremos charlatanes, malabaristas y payasos cuando enseñemos su santa ley en el mundo. – No nos corresponde tomarnos en serio ni exigir a los demás que lo hagan. Esto corresponde a Dios, que ve claramente lo de dentro de las criaturas. » (MR XX, 66)

« Somos ignorantes ante los sabios triunfantes.
Estamos extraviados ante los imbéciles triunfantes.
Somos inútiles ante los trabajadores triunfantes.
Estamos locos ante los razonables triunfantes.
Somos miserables ante los ricos triunfantes.
Somos réprobos ante los bien pensantes triunfantes.
Estamos perdidos ante los tranquilizados triunfantes.
Somos despreciables ante los poderosos triunfantes.
Somos oscuros ante los inteligentes triunfantes.
Estamos sepultados ante los agitados triunfantes.
Estamos avergonzados ante los hipócritas triunfantes.
Somos estúpidos ante los iluminados triunfantes.
Somos incapaces ante los mañosos triunfantes.
Somos mudos ante los discursistas triunfantes.
Somos idiotas ante los astutos triunfantes.
Somos cobardes ante los héroes triunfantes.
Somos desertores ante los enrolados triunfantes.
Estamos desplazados ante el mundo triunfante.
¿Es quizá también porque somos verídicos y saludables ante los hijos de Dios triunfante? » (MR XXVII, 17)

A propósito de «Somos estúpidos ante los iluminados triunfantes», hay una anécdota divertida que os voy a contar. (Es la anécdota del maestro yogui iluminado que va a visitar a Cattiaux en su casa. El maestro había concertado previamente una entrevista con Cattiaux. Cattiaux, en el momento en que debía llegar el maestro yogui, estaba en su sótano, con pantalones cortos y manejando carbón; estaba sucio y salía del sótano una polvareda inmensa de color negro. La mujer de Cattiaux hace entrar al yogui en su casa y lo conduce hasta la puerta del sótano. El maestro yogui iba vestido con una túnica de un blanco inmaculado. Cuando vio la escena de Cattiaux, sucio y negro de carbón, se envolvió en su túnica blanca y se fue para no volver nunca más allí).

A propósito del Cattiaux escandalizador, hay otra anécdota que contar (Es la anécdota de Cattiaux que asistió con la familia a una misa de navidad. En un momento dado, se levantó y empezó a hacer reverencias a la estufa delante de todos).

Cattiaux era muy conocido en París, sobretodo entre los artistas y en los medios del esoterismo. La gente lo consideraba como un pintor original que pintaba cuadros raros, o como un mago extraviado en medio de este siglo veinte: un original. Pero pocos sospechaban al hombre verdadero escondido bajo esta apariencia, el hombre que, versículo tras versículo, estaba escribiendo su mensaje. Sólo a través del libro, que tardó 14 años en escribir, se podía descubrir su verdadera personalidad.

Entonces se mostraba muy amistoso, entusiasta y comunicativo y se podía intuir un inmenso secreto que llevaba a dentro, entonces se comportaba como un verdadero amigo. A este respecto recomendamos la lectura de su Florilegio Epistolar, publicado por el mismo editor. Este hombre vivía siempre en el presente y cada versículo del libro ha sido escrito como la continua confrontación de una realidad que él era el único en contemplar a dentro, con los acontecimientos, encuentros, conversaciones diarias.

Así surgían pensamientos, sentencias, que inmediatamente transcribía en el primer trozo de papel que encontraba a su alcance y los guardaba en un cajón. Cuando tenía suficientes versículos, los ordenaba para formar un nuevo libro. De este modo ha sido elaborado el Mensaje Reencontrado, poco a poco.

De hecho, este libro es para todos, para todos los creyentes y responde a todos los que lo interrogan, cada uno según su deseo y su capacidad, por poco que sea meditado con sencillez y sin prejuicio. Es un libro que se vuelve un amigo fiel para quien lo frecuenta con asiduidad.