EL MENSAJE REENCONTRADO, UN LIBRO ANTIGUO PARA EL TIEMPO PRESENTE (1982), de Charles d’Hooghvorst, en La Puerta, n° 7, pp. 32-35
Hemos citado con frecuencia extractos del Mensaje Reencontrado en nuestros artículos publicados en la revista «La Puerta». Creemos que ha llegado el momento de hacer la presentación que nuestros lectores esperan.
Desde su nacimiento hace casi cuatro años, «La Puerta» ha afirmado claramente su objetivo: el regreso a las fuentes auténticas de la tradición, es decir, a las Escrituras Santas y Sabias y a las obras de los maestros que las han experimentado en sus corazones, en sus mentes y en sus manos. Estos se reconocen por la conformidad de sus enseñanzas. Por lo tanto, nos hemos esforzado, a lo largo de estos cuatro años, en dar a conocer a nuestros lectores la mayor cantidad posible de estos textos.
¿Se inscribe El Mensaje Reencontrado, esta obra moderna redactada entre los años 1938 y 1953, en este marco preciso? ¿Se integra bien aquí, en el contexto de la gran tradición de todos los tiempos?
Nos gustaría dejar a nuestros lectores la libertad de responder a esta pregunta, si es que se toman la molestia de leer y examinar por sí mismos este curioso libro, compuesto de sentencias breves, dispuestas en dos columnas – a veces tres – y agrupadas en cuarenta capítulos o libros, que el autor tardó casi quince años en escribir.
Lo que caracteriza El Mensaje Reencontrado es, sin duda, su originalidad. No puede ser englobado en ninguna corriente del pensamiento espiritual de nuestra época.
Después de haberlo examinado superficialmente, algunos lo han encontrado demasiado cristiano, mientras que otros, fieles a sus Iglesias, lo han considerado ajeno a su fe, es decir, demasiado poco cristiano. «¡Son ideas hermosas!» dirán muchos sin comprometerse. Les gustaría sentirse tranquilos al respecto, con la opinión iluminada de una autoridad espiritual calificada. Quizás sería mejor entonces no decir nada. De hecho, eso es lo que hacen la mayoría de aquellos que le han echado un vistazo distraído.
Louis Cattiaux escribió El Mensaje Reencontrado en la soledad, sin ningún estímulo exterior, en medio de la vorágine de la gran ciudad. ¿Quién, entonces, inspiró esta obra? El autor forjó los versos con cuidado, día tras día, dedicándose a su trabajo como un artista hábil. Era el intérprete en este mundo de una melodía que venía de «otro lugar» y que él era el único en escuchar. Ha transcrito y transmitido fielmente el Mensaje. ¿Quién tendrá la inteligencia de leerlo de buena voluntad, silenciando sus prejuicios? Ese descubrirá poco a poco por qué el autor lo tituló El Mensaje. Comprenderá, para su gran asombro, que este Mensaje le está dirigido personalmente, que se dirige a su ser más profundo, y sin duda también al más ignorado.
Aquí, la razón razonante permanecerá frustrada y humillada, pues le parecerá que los versos están dispuestos sin una secuencia lógica y que la expresión del pensamiento parece fragmentada. En realidad, cada frase, por su densidad, se basta a sí misma y el hilo que las une en secreto no aparece en una lectura superficial.
Este libro puede abrirse al azar y probablemente así es como mejor hablará, ya que se dirige directamente al corazón, como a su verdadero interlocutor, dejando de lado la fría razón que continúa polemizando desde los lejanos tiempos de la antigua falta.
La inteligencia y la razón humanas son humildes servidoras que jamás deben usurpar el puesto de la inspiración y del amor, que son los dueños de la casa de Dios. (MR, 15, 38’).
Así fue escrito; por lo tanto, así debe ser leído.
Este Mensaje no es nuevo, no afirma nada que no haya sido ya dicho y repetido, y las citas que abren y cierran cada uno de los cuarenta libros dan fe de ello. Así es como, en el pasado, el Mensaje ha sido a menudo dado a los hombres, doblados bajo el yugo de la servidumbre ciega de este mundo, y que a menudo también ha sido olvidado y perdido por ellos.
Es, de hecho, un mensaje de vida y un mensaje de salvación que no puede quedar en letra muerta, sino que debe ser vivificado, vivido y experimentado, bajo el riesgo de ser rápidamente relegado a los archivos polvorientos de una humanidad ignorante, incrédula y resignada.
Solo aquel que, mediante la gracia de Dios, redescubre la Sabiduría, es capaz de restituir a los hombres su sentido vivo y unificador. Por eso, El Mensaje Reencontrado es un libro antiguo para el tiempo presente, este tiempo presente en el que la locura destructiva de los hombres rebeldes está a punto de alcanzar los límites de lo absurdo.
Es una obra para aquellos que se sienten decepcionados por las vanas promesas de este mundo, por sus ideales fallidos, por sus sistemas decepcionantes, por sus revueltas y violencias innecesarias, por sus afectos ridículos, por sus engaños y falsificaciones de todo tipo. Es para aquellos que finalmente han comprendido que «las obras de este mundo son malas», porque contienen la muerte.
Esos habrán entendido que el hombre no puede nada sin su Creador, Él que, por amor, lo puede todo con el hombre. La libertad de los verdaderos hijos de Dios, eso es lo que El Mensaje Reencontrado enseña, paso a paso, a experimentar en este mundo… a todos aquellos que tienen el atrevimiento de creerlo.
Os proponemos subir y profundizar. No os proponemos que os durmáis en el mundo, aunque sea sobre la almohada de la fe. ¡Que los que quieran dormir duerman, y que nos ahorren sus vanas explicaciones y sus vanos sermones! – ¿No ha dicho el maestro: «Nadie puede ir al Padre si el Padre no lo atrae hacia él»? ¡Pues bien!, ahora os decimos: «Nadie puede encontrar al Señor del cielo si no lo encarna en sí mismo». (MR XXV, 57)
Los más sabios y los más inteligentes toman las Escrituras reveladas por tratados de historia y de moral. – Los más santos y los más inspirados toman estas mismas Escrituras reveladas por tratados de ascesis y de mística. – ¿Dónde están los sabios iluminados de Dios que también saben reconocer en ellas la ciencia oculta del único Esplendor que salva de la muerte? (MR XXXVI, 20)
La vida profana es la vida separada de Dios. – La vida santa es la vida religada a Dios. – La vida sabia es la vida restituida en Dios. (MR XXXII, 15)