Entre los años 1980 y 1994, fragmentos seleccionados de cartas de Louis Cattiaux a sus amigos fueron publicados ininterrumpidamente en la revista belga Le Fil d’Ariane, y en castellano en el Florilegio epistolar, Arola editors, Tarragona, 1999, y en la colección La Puerta.
El lector encontrará aquí una muestra de su contenido filosófico e iniciático.

Su recopilador denominó florilegio, bella palabra, poco afortunada en la historia de la lengua. Es ésta una voz latina compuesta de flos, ‘flor, lo mejor’ y legere, ‘reunir, escoger’; significando estrictamente lo mismo que la palabra griega antología, que ha tenido más suerte en el devenir de las lenguas románicas. El Florilegio es una reunión de flores epistolares de Cattiaux cuyo mensaje, como puntualiza su recopilador, versa siempre sobre el Arte y la gran Obra alquímica.
Cuando en 1980 Emmanuel d’Hooghvorst presentó esta selección, se dirigía, como veremos, a los lectores de El Mensaje Reencontrado, obra de Louis Cattiaux, considerando explícitamente las cartas como un complemento de dicho libro. Una introducción de este florilegio al lector actual debe pasar, pues, por el análisis del estrecho vínculo que lo une a El Mensaje Reencontrado, sin duda la obra cumbre de Cattiaux. Dicha relación esconde mucho más de lo que pudiera parecer. En ella se oculta una historia insólita y sorprendente, como un milagro ocurrido en pleno siglo XX.
Pero, a la vez, el Florilegio epistolar también puede ser un punto de partida para llegar a El Mensaje Reencontrado, como el atajo natural que conduce a su lectura y comprensión. El florilegio seleccionado por Emmanuel d’Hooghvorst se imbrica completamente en El Mensaje Reencontrado, es un cómplice, un amigo íntimo y fiel. Pero, cabe preguntarse, ¿por qué concedemos tanta importancia a esta relación? Un breve repaso al devenir de los acontecimientos puede ayudarnos a comprender la maravillosa aventura que rodeó la aparición de El Mensaje Reencontrado.
La historia comienza en 1938, cuando Cattiaux se decide a escribir una serie de sentencias o aforismos que condensan el dictado de cierta inspiración de una musa amiga; a este conjunto de sentencias lo llamó El mensaje extraviado. Durante varios años va alternando su búsqueda artística con la escritura de dicha obra. En 1946 cree concluido este trabajo y lo publica con el nombre de El Mensaje Reencontrado. El libro es editado por el propio autor con un prefacio de Lanza del Vasto; consta de doce capítulos en los que se recopila la serie de aforismos que condensan su experiencia hermética, numerados en forma de versículos y distribuidos en dos columnas.
La aparición de El Mensaje Reencontrado pasó casi inadvertida en los medios filosóficos de París, el centro cultural por excelencia de la época. Solamente el fino olfato hermético de René Guénon, ya instalado en El Cairo, percibió en este libro tan original algo realmente auténtico, por lo que escribió una reseña publicada en la revista Études Traditionnelles, en la que se muestra sorprendido y afirma:
Ignoramos lo que los «especialistas» del hermetismo, si realmente existen todavía algunos que sean competentes, podrán pensar de este libro y cómo lo juzgarán; pero lo cierto es que, lejos de ser indiferente, merece ser leído y estudiado cuidadosamente por todos aquellos que están interesados en este aspecto de la tradición. (Études Traditionnelles, rúbrica «Les livres», nº 270, 1946.)
Mientras el libro seguía su propio camino («El Mensaje Reencontrado es un libro –escribe E. d’Hooghvorst– que escoge a sus lectores»), Cattiaux continuó escribiendo versículos, cada vez a un ritmo más rápido, olvidándose casi completamente de todo lo que le rodeaba, hasta que el 16 de julio de 1953 desapareció a causa de una enfermedad sorprendente y repentina. Los doce capítulos de la primera edición se habían convertido en cuarenta; el autor había cambiado el término capítulo por el de libro y añadido el subtítulo El reloj de la noche y del día de Dios, así como el siguiente epígrafe: «Este libro no es para todos, sino sólo para aquellos a quienes les es dado creer en lo increíble». Había comprendido que en la época racionalista en que vivía, poca gente poseía este don.
De no haber sido por la reseña de Guénon, el trabajo de Cattiaux y el dictado de su musa reencontrada hubieran quedado completamente ignorados, sepultados entre el existencialismo, el psicoanálisis, el surrealismo, etc. Junto a tanta sabiduría grave y erudita es difícil que puedan manifestarse verdades simples. Sin embargo, las breves líneas de Guénon sirvieron de anzuelo providencial para algunos buscadores que, como niños, aún creían que los árboles podían hablar. Como se ha mencionado, la primera edición de El Mensaje Reencontrado fue financiada por su autor y era a él mismo a quien debía dirigirse todo aquel que deseara adquirir la obra. Entre ellos se encontraba el barón d’Hooghvorst, que escribió lo siguiente acerca de sus encuentros con Cattiaux:
Louis Cattiaux vivía en París, en la calle Casimir Périer, a la sombra de la Iglesia de Santa Clotilde frente a una tranquila plazoleta provinciana. […]
Su minúsculo taller de pintura, mágicamente decorado, parecía encerrar el universo entero. Allí se respiraba el perfume de algún jardín de Edén guardado muy interiormente; y uno volvía con frecuencia, sin saber demasiado por qué, quizá sencillamente imantado por el calor. Pues lo que emanaba de este hombre era un calor nunca alcanzado, totalmente distinto de la simple cordialidad, y también como el presentimiento de un secreto inmenso, vivo, celosamente guardado, como el pez filosófico que nada en agua profunda. Vivía cándidamente, con sobriedad, con pobreza según los hombres, alegre y feliz como un niño y como tal, sin malicia. Vivía como un buen padre de familia entre su mujer, a la que amaba, y su hijo al que acariciaba a menudo y con ternura; pues este hombre tenía un hijo: un hijo que, cuando su padre lo tomaba en brazos y lo mimaba cariñosamente diciéndole: «¡Jesusito gordo!», respondía miau con mucha gracia. ¡Era un gato mágico, por supuesto…! Sus amigos se preguntaban: «¿Quién es este hombre?» y, sin poder responder con precisión a la pregunta, decían: «no es como nosotros». Cattiaux, ¿cuál era, pues, esta vida secreta que resplandecía en ti? ¿Acaso habías descubierto la joya de eternidad? ¿Habías penetrado el enigma de este mundo?
Los pocos buscadores cuya intuición profunda los llevó hasta El Mensaje Reencontrado fueron a comprar un libro que, de hecho, todavía se estaba escribiendo; conocieron al autor, entablaron con él una profunda amistad y compartieron parte del proceso de gestación de los versículos que formaron el libro. Durante los años que transcurrieron entre la aparición de la reseña de Guénon y la desaparición de Cattiaux, este grupo de buscadores lo acompañó en la elaboración de El Mensaje Reencontrado y, en 1956, después de su desaparición, lo publicó íntegramente en Editions Denoël. Con este grupo de amigos, amantes de su obra, Cattiaux mantuvo una intensa relación personal; algunos de ellos no residían en París, por lo que la relación fue en muchos casos epistolar. Se escribían casi a diario y el tema que realmente les interesaba era, lógicamente, los misterios que encerraban cada uno de los versículos de El Mensaje Reencontrado. En estas cartas está el origen del Florilegio que el lector tiene entre sus manos.
Son cartas escritas al mismo tiempo que los versículos de El Mensaje Reencontrado, comentándolo directa o indirectamente, observan-do las reacciones que suscitaba, explicando algunos contenidos o abriendo expectativas de temas que se convirtieron después en versículos. Cuando Cattiaux desapareció, cada uno de los miembros de este grupo de amigos recogió los fragmentos más interesantes de sus cartas, sobre todo aquellos que tenían una relación más directa con la misteriosa gestación del libro. Emmanuel d’Hooghvorst ordenó este compendio y el resultado es el libro que presentamos. Por todo ello, hemos dicho al principio que este Florilegio no puede separarse de El Mensaje Reencontrado, los guió la misma brújula y su destino está escrito en el mismo astro. Pero, ¿qué es El Mensaje Reencontrado? En una reseña a su tercera edición, Emmanuel d’Hooghvorst escribió el siguiente texto que puede responder a esta pregunta:
¿Cómo definirlo? Nadie lo leerá de la misma manera. El nombre del libro indica la naturaleza de su contenido: el mensaje; ¿el mensaje de quién?, ¿de qué fecha es? ¿Por qué «reencontrado»?, ¿había sido perdido?, ¿por quién?, ¿cómo? ¿Por qué el autor de estas sentencias ha escogido este título?
Sin duda, esto requiere una inspiración. ¿Podremos descubrirla en estas páginas, a veces difíciles, enigmáticas, fastidiosas para algunos, pero a menudo también de un calor conmovedor, de una poesía, de una fe, de una simplicidad infantil? ¿Quiénes serán los lectores que sabrán discernir en él una sabiduría de la unidad tan antigua como la humanidad tradicional, una sabiduría de santidad, una sabiduría de salvación? El Mensaje Reencontrado es, por así decirlo, el misterio revivificado; ya no enseñado de manera pesada por los historiadores, sino experimentado, asimilado y vivido en la simplicidad del corazón y del espíritu.
Hay que saber hojear al azar estas páginas con sentencias «condensadas como el aire líquido» y, sin embargo, de una soltura sorprendente, donde ninguna palabra es superflua, sino que todo se ordena en un sentido único que no se revela en la primera lectura.
¿Qué puedo decir de El Mensaje Reencontrado, yo que lo leo desde hace treinta años y que siempre lo encuentro nuevo? Es un vademécum, el de los exiliados, la brújula de los que están extraviados, el compañero del peregrino.
Su autor vivió desconocido, incluso de quienes creían conocerlo. Meditó este libro en el silencio y el abandono de este mundo, formó y pulió las frases día tras día, con un saber hacer tan suelto como erudito.
Así pues, ¡leed en él la fe del Creador en su criatura, vosotros que vivís en este final de un mundo, la fatiga y la usura de todas las sutilezas! Este libro os gustará si preferís la cosa a las palabras, la sabiduría que une a la ciencia innumerable, la conciencia al delirio. Estos versículos no son impenetrables: hablan solamente a lo más esencial que hay en nosotros y, a menudo, desgraciadamente, más abandonado o despreciado. He aquí por qué pocos lo aprecian.
Es a ellos, a quienes los editores de la tercera edición han querido servir, a quienes están cansados de un mundo sin salida, de un mundo cada vez más lejano de todo aquello que es verdaderamente humano, de un mundo en el que la sabiduría antigua parece irrisoria e inútil. Éstos verán que es suficiente con un solo hombre?
El Mensaje Reencontrado está escrito de forma certera, concisa e inequívoca; no sobra ni falta una palabra, ni una coma, por ello no genera polémicas, es auténtico en su totalidad. El Florilegio es distinto, está escrito a vuelapluma, de manera más espontánea; se inmiscuye en temas de actualidad, debate, condena, celebra…, debemos recordar que no fue escrito para ser publicado. Son dos textos distintos, pero están amorosamente unidos y tratan del mismo misterio de la regeneración del ser humano.
En El Mensaje Reencontrado Cattiaux recogió su inspiración esencial y sustancial, pero algo de esta fuerza creadora también aparece en sus cartas, y a más de un sincero buscador que crea en lo increíble le servirá para atravesar el umbral de El Mensaje Reencontrado, entrar en sus salas y compartir la comida de los dioses.
– Raimon Arola