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¿Quién era Serge Lebbal?

Hijo de un emigrante argelino, Serge Lebbal fue un poco el hijo que Louis Cattiaux nunca tuvo. Serge había descubierto la primera edición del «Mensaje Reencontrado» en una biblioteca. Prácticamente ignorante, deseaba instruirse… Así que se dirigió a ver al autor.

Con un profundo conocimiento del alma humana, Louis Cattiaux sintió rápidamente que la de este joven aún era virgen de toda idea recibida y que estaba habitada por un fuego interior. Tenía sed de conocimiento. Louis Cattiaux, después de ponerlo a prueba, lo tomó bajo su ala. Le enseñó a leer y escribir correctamente. Le recomendó libros, le enseñó a prestar atención a la edición y al autor, y luego lo envió a las librerías de ocasión para buscar antiguos tratados de alquimia. Serge se convirtió en un excelente buscador de libros, imbatible para encontrar obras olvidadas. Le gustaba presentarse como el librero del Rey Sol. Como no tenía ninguna formación religiosa, Louis Cattiaux le recomendó que eligiera una religión, ya fuera la musulmana, la de su país de origen, o la cristiana, la de su país de acogida. Optó por el cristianismo y se bautizó.

En el entorno de Serge Lebbal, la vida no siempre era fácil. Se vivía de expedientes. Su madre realizaba abortos y se hacía llamar Madame Chimka; «vidente y ocultista de Oriente» podía leerse en su tarjeta de visita. Como Serge no se ganaba la vida, sus allegados intentaron empujarlo a realizar pequeños de ayudante, pero siendo asmático, se cansaba muy rápidamente.

El joven solía visitar a Cattiaux en su taller, en la rue Casimir Périer. El lunes era su día de visita. Se sentaba y observaba al pintor trabajar, hacía preguntas a su maestro y amigo, y se quedaba maravillado ante las vírgenes majestuosas que nacían bajo la caricia de los pinceles. Henriette Cattiaux apreciaba a este joven ingenuo y siempre lo recibía amablemente.

Un día, por un feliz azar, Serge Lebbal conoció a Charles d’Hooghvorst en una librería parisina. Como ambos buscaban el mismo tipo de libros, fueron a tomar un café para charlar. Así, poco a poco, el pequeño argelino se convirtió en amigo de los hermanos d’Hooghvorst y de toda esta familia belga que Cattiaux también frecuentaba. Hizo entonces pequeñas estancias en Bélgica con unos y en Cataluña con otros, en el campo, para recuperar su salud. Mantenía con todos una correspondencia regular.

Unos años después de la desaparición de Louis Cattiaux, su salud precaria lo llevó a su fin. Un ataque de asma puso fin a su tenacidad en el estudio de las Escrituras. Solo tenía veinticuatro años, pero ya poseía un alma muy hermosa.

Firma de Serge Lebbal