El Mensaje Reencontrado desafía el pensamiento racionalista de la ciencia profana, durante una conferencia en la Sorbona por Charles d’Hooghvorst: «EL VERBO PERDIDO Y REENCONTRADO»
EL VERBO PERDIDO Y REENCONTRADO (1999) presentado en el Coloquio E. Canseliet en la Sorbona los días 4 y 5 de diciembre de 1999, en el Aula Louis Liard.


Henos aquí huéspedes de esta venerable casa, que tiene más de setecientos años de antigüedad y que fue fundada para restaurar el estudio de la Teología, es decir, del Verbo de Dios. ¿Es una casualidad que mi conferencia se titule Louis Cattiaux, el verbo perdido y reencontrado?
Quiero agradecer en primer lugar al Sr. Bernard Renaud de la Faverie, así como al Sr. Johan Dreue, por invitarme a participar en este coloquio Eugène Canseliet, para evocar la obra de…
«Louis Cattiaux, poeta, pintor y boticario »; así estaban redactadas sus tarjetas de visita. Lo conocimos bien, mi hermano Emmanuel y yo. Recuerdo que Emmanuel d’Hooghvorst nos dejó este año en mayo; le rindo homenaje por su contribución iluminada a la difusión del Arte alquímico. Su obra será evocada al final de este coloquio por uno de sus amigos, el Sr. Stéphane Feye.
Conocimos a Louis Cattiaux entre 1949 y 1953, año de su partida de este mundo, el 16 de julio, a la edad de cuarenta y nueve años. Pero presentar a un hombre de tal estatura es una tarea para la cual, en verdad, me siento muy poco a la altura; sin embargo, es el vínculo de amistad que nos unió lo que me permite hablarles de él.
Este personaje poco común, nacido en Valenciennes en 1904, vivió en París, en pleno Barrio Latino, con su esposa Henriette y su gato Poupinet, un magnífico persa, al que a menudo acariciaba llamándolo con humor: «¡Jesusito gordo!» Se puede entender esta denominación, que es algo irreverente, si recordamos que el gato es el emblema de la palabra de nuestro maestro Hermes, porque cuando maúlla dice Miau (Miaou), las cuatro vocales del Nombre divino; es IAKHOU para los antiguos egipcios, o HELOUIA que, según Louis Cattiaux, es el verdadero autor del Mensaje Reencontrado, su obra principal de la que hablaremos dentro de un momento. Esto nos parece normal ya que los misterios del profetismo no son otros que los de la Palabra, que es el pensamiento divino corporificado o encarnado.
Sobre Hermes, dios de la Palabra, Emmanuel d’Hooghvorst, discípulo de Cattiaux, escribe en su obra El Hilo de Penélope:
Es predicada y enseñada, pero todos la menosprecian y nadie la reconoce. (E. d’Hooghvorst, El Hilo de Penélope, Arola Ed., t. I, p. 152.)
Se trata, según una tradición, de la «Palabra perdida», el Verbum demissum o dimissum, representado por Hiram, el gran arquitecto del Templo de Salomón, que fue asesinado por los malos compañeros, tras lo cual el Templo fue devastado. Los Maestros, gracias al acacia, saben dónde se encuentra su tumba para resucitarlo y restaurar el Templo.
Pero volvamos a Louis Cattiaux.
Un primer encuentro bastaba para que este hombre, diferente a los demás, no dejara indiferente. Desconcertante, con reacciones impredecibles, guiadas por una lógica particular que sorprendía a sus visitantes, le gustaba chocar e incluso escandalizar, pero siempre con humor. Era el hombre sin complejos, perfectamente libre en el mundo, viviendo intensamente el presente, como un niño alegre y sin malicia.
A menudo charlatán y payaso, se negaba a tomar el mundo en serio, así como a sí mismo; nunca magistral, si enseñaba, lo hacía a la manera del Bufón del Rey, que posee el arte de hablar a quienes quieren escuchar, mientras hace reír a los demás, sin que puedan ofenderse. Sin embargo, de este hombre emanaba una calidez que era algo más que la cordialidad ordinaria; era como el presentimiento de un inmenso secreto, vivo, pero celosamente guardado.
Su obra maestra es El Mensaje Reencontrado, que dedicó los catorce últimos años de su vida a escribir. Allí leemos, por ejemplo, los siguientes versículos que ilustran perfectamente la humildad y la discreción del hombre en relación con su mensaje inspirado:
Hemos tomado el hábito del charlatán, pues el desprecio desinteresado del mundo es menos duro de soportar que su admiración interesada. (MR XXIII, 61)
Nos llamaremos incapaces, inútiles y estúpidos cuando reposemos en la contemplación del Único; o bien, nos llamaremos charlatanes, malabaristas y payasos cuando enseñemos su santa ley en el mundo. – No nos corresponde tomarnos en serio ni exigir a los demás que lo hagan. Esto corresponde a Dios, que ve claramente lo de dentro de las criaturas. (MR XX, 66 y 66’)
Una primera edición parcial de El Mensaje Reencontrado fue publicada en 1946 a cuenta del autor; solo contenía los doce primeros capítulos, que estaban terminados en aquel momento.
Esta primera edición fue recibida por el público con total indiferencia y la crítica literaria no dijo nada al respecto, salvo algunas raras excepciones, entre ellas René Guénon.
El Mensaje Reencontrado se abre con dos oraciones de forma triangular; una representa el signo del fuego ascendente, que corresponde al Padre; la otra, el signo del agua que desciende, para la Madre. Al unirlas por su base se obtiene la figura geomántica Carcer, que representaría la tierra sembrada. Si se unen por su punta, entonces forman la figura Conjunctio, la madre fecundada. Por lo tanto, se trataría de las dos etapas principales de la obra, presentadas de manera figurativa desde la apertura del libro.
El Mensaje Reencontrado contiene cuarenta libros o capítulos compuestos por versículos dispuestos en dos columnas que generalmente deben leerse horizontalmente de izquierda a derecha.
Cada libro está precedido de epígrafes y finaliza con hipógrafes extraídos de las Escrituras santas de todas las naciones:
Hablamos un lenguaje nuevo, pero volvemos a decir la única revelación antigua, ya que nadie inventa nada en el ARTE de Dios. (MR XXXIII, 42)
Aquí se afirma la universalidad de una única e idéntica revelación desde el principio a través de todos los libros santos.
El Mensaje Reencontrado no necesariamente debe leerse como un libro ordinario, de principio a fin. Una manera de abordarlo es abrirlo al azar y leer los versículos que aparecen ante nuestros ojos. También, se lo puede interrogar sobre un tema específico introduciendo la punta de un cortapapeles en el lomo del libro cerrado y luego leer la respuesta indicada por la punta. Porque, de hecho, es, en cierto modo, un libro mágico que responde a las preguntas que se le hacen con simplicidad y sin malicia. Lo he experimentado muy a menudo.
Pero abordarlo no es lo mismo que penetrar en él. Sobre su contenido profundo leemos:
El Libro es como el arca que lleva y transmite el secreto del Único. Muchos lo llevarán, pero pocos lo penetrarán. (MR XXIII, 61’)
Hay aquí más que una moral y más que una ascesis, más que una filosofía y más que una mística. Aquí está la llave de la restitución del hombre y del mundo en Dios. (MR IX, 36’)
El Libro enseña a salir de la muerte y a reposar en la vida, pero ¿cuántos de entre los creyentes se apasionan por este misterio? (MR XII, 5’)
Ahí está el verdadero contenido de este Mensaje que ha sido llamado profético.
Este libro se dirige a la intuición y a la memoria profunda y no a la razón especulativa. Muy pocos son los que han tenido la inteligencia y la paciencia de leerlo y meditarlo, para penetrar en él y descubrir la vía que lleva al secreto vivo del hombre, sepultado en lo más profundo de la naturaleza de este mundo.
¿Se han espesado tanto las tinieblas de la ignorancia sobre la humanidad actual hasta el punto que le han hecho olvidar la huella de la santa ciencia de los discípulos de Hermes, transmitida de generación en generación por filiación?
En su época, incluso aquellos que aún creían y practicaban la alquimia no reconocieron a Cattiaux como uno de los suyos.
Este libro es muy hermoso, decían, hojeando El Mensaje, pero no tiene nada que ver con nuestra alquimia; no hay aquí ninguna receta práctica como enseñan nuestros maestros. Es un libro místico entre tantos otros.
¿Los maestros sabios no han rechazado igualmente el Libro por ajeno a sus revelaciones, a sus tradiciones y a sus ciencias? (MR XXXVIII, 13)
Este veredicto fue casi unánime.
En resumen, El Mensaje Reencontrado, en un lenguaje inusual, quiero decir, en un lenguaje que no es el que utilizan habitualmente los maestros de la alquimia, un lenguaje que Cattiaux conocía perfectamente por haber estudiado las obras de los antiguos maestros, El Mensaje Reencontrado, digo, habla no obstante en cada página de su famosa materia, luz de la Naturaleza, fuego secreto de la obra capaz de disolver el oro vulgar sin violencia, de hacerlo germinar, fructificar y multiplicar, es decir, de convertir el mercurio vulgar en mercurio de los Filósofos y de madurarlo, por la unión de lo que es muy alto con lo que es muy bajo.
Lo que es muy alto es Hiram, el arquitecto del Templo; hai ram en hebreo significa «la vida de arriba».
Acerca de esta famosa materia se podría citar, por ejemplo, el versículo:
¿Cuál es, pues, la cosa que no es ni carne ni pescado, ni piedra ni planta, y sin embargo ES? (MR XXXVIII, 14’)
¿No hay aquí una alusión a esa alma universal, ese fuego etéreo, alimento de este mundo, que sin cesar se corporifica bajo el velo de los mixtos de los tres reinos?
Leemos también:
La luz del sol, de la luna y de las estrellas fecunda perpetuamente el agua del cielo que lleva la simiente hasta las profundidades de la tierra, de donde surge la vida de los seres y de las cosas. (MR IV, 19’)
El Espíritu opera ante todos. Pocos lo ven. Sólo uno lo capta y lo fija. (MR II, 56’)
El amor del oro hace que se le busque incluso en la inmundicia, sin embargo, pocos hombres son capaces de asirlo en el cielo y de fijarlo en la tierra. (MR II, 24’)
¿Qué hay más ligero que la luz del sol? Sin embargo, ella es quien da el peso a todas las cosas del mundo. (MR X, 3’)
El sol todopoderoso despierta la vida incluso dentro de la tierra muerta y la hace germinar hasta el cielo de resurrección, pero el agua madre es la que hace fructificar la simiente del oro puro. (MR III, 43’)
Siempre es la gran pregunta: ¿Qué y cómo? a la que cada uno intenta responder según su comprensión de los textos de los maestros, ya que estos solo nos dicen a qué se parece la cosa, pero no la cosa tal como es, y sin la cual, dicen, es inútil poner la mano en la Obra.
Las cosas dicen la palabra, pero la palabra no es dicha por las cosas. Las palabras dicen la cosa, pero la cosa no es dicha por las palabras. (MR 38, 59’)
A este respecto, dejemos hablar al maestro de Louis Cattiaux, Nicolás Valois, quien nos advierte al principio de su tratado Los Cinco Libros:
Has de saber que todos hablan de la misma manera, en dos maneras, una verdadera y otra falsa. La verdadera sólo puede ser entendida por los iluminados que caminan rectamente y según Naturaleza, la cual, no obstante, está cubierta de comparaciones y de ejemplos expresados bajo nombres equívocos que no pertenecen a la Ciencia, aunque sean significativos de ella. Pues en esta ciencia se necesita una sola cosa y un único medio de operar, por una vía simple y natural, sin perderse en la pluralidad de las cosas contrarias a nuestra única levadura. La falsa consiste en una confusión de regímenes y drogas malas […]. (N. Valois, Los Cinco Libros, La Puerta, n°50, pp. 13-14)
Porque esta cosa solo puede ser conocida a través de la transmisión cabalística. Como bien se sabe, la palabra hebrea qabalah significa simplemente «transmisión» o, más exactamente, «recepción», recepción del DON de Dios. Los cabalistas son, por lo tanto, aquellos que han recibido este don. El adepto coronado que lo posee puede transmitirlo al discípulo con el permiso de Dios. Sin esta bendición, la obra alquímica no puede ser emprendida con éxito. De hecho, leemos en El Mensaje Reencontrado:
La palabra esencial y sustancial transmitida por el maestro es lo que nos hace herederos del Altísimo, a condición de que la recibamos santamente con gratitud y no profanamente con malicia. (MR XXIV, 13)
El Altísimo siempre es Hiram, la palabra perdida. Parece que aquí se trata de una experiencia oculta muy secreta llamada muerte iniciática, a la que los filósofos a menudo han hecho discretas alusiones:
La extrema humillación de la muerte es la entrada obligatoria al esplendor de la vida celeste, pues la separación terrestre es el comienzo del cielo manifestado. (MR II, 76’)
La muerte es una luz velada de terror; el sabio la considera con serenidad y la experimenta con inteligencia y provecho. (MR I, 52’)
Un proverbio de Cervantes dice así:
Quien antes de morir no muere, se pudre cuando se muere.
Y otro versículo del Mensaje Reencontrado también alude a esta experiencia:
Ella ofrece la plata y el oro, el diamante y el rubí, pero todos rechazan su mano porque es negra. (MR IV, 8’)
Y sin embargo, ofrece la primera materia, esta agua divina de la que nos habla el buen Valois:
Con mucha razón nuestra agua divina ha sido llamada «Llave», «Luz», «Diana» que ilumina en la oscuridad de la noche, pues es la entrada de toda la Obra y la que ilumina a todos los hombres. Es el pájaro de Hermes que no halla reposo ni de día ni de noche, ya que no hace más que intentar corporificarse en todos los lugares de la tierra. […] Esta doncella es beya, que todavía no ha sido corrompida ni ha perdido su libertad, para casarse con cuerpos lisiados y mal tratados. (N. Valois, La Puerta, n°50, pp. 25 y 30)
En sus Deux Logis Alchimiques, Eugène Canseliet, discípulo del muy sabio Fulcanelli, escribió este comentario a propósito del toisón de Gedeón regado por el rocío del cielo:
El milagro, obtenido por el hijo de Joas, es el mismo que aquel del que se beneficia el alquimista, gracias a su «trabajo’ nocturno, y que le procura el agua celeste indispensable para proseguir felizmente sus arduos trabajos. Ésta también es llamada agua bendita por los buenos autores. (Deux Logis alchimiques, Pauvert, París, 1979, p. 115)
Agreguemos una palabra más sobre esta muerte iniciática para decir que se trata, al parecer, de la experiencia que vivió Jacob, de noche, al pie de la escalera, y que algunos alquimistas han comentado después de los cabalistas judíos. Eugenio Filaleteo lo menciona en su tratado La Magia adámica. Por lo tanto, no hay verdadera alquimia sin cábala.
En su quinto libro, Valois escribe:
Lo que te digo me ha sido enseñado por una copia de esta cábala tradicional judaica, que se denominaba magia y que es la ciencia filosófica de la cual Hermes, Pitágoras, Numa Pompilio y muchos otros han hecho escuela […]. (N. Valois, p. 78)
Se sabe que Nicolás Flamel también recibió la revelación de un cabalista judío. Por eso, los filósofos insisten en la necesidad del oratorio adyacente al laboratorio. Y en El Mensaje Reencontrado se nos advierte:
Quien busque el misterio de unión y de vida sin la bendición y sin el amor de Dios, no encontrará más que la dispersión y la muerte. Ciertamente, estas palabras son verídicas. (MR XXXVI, 2)
Aquí está la trampa tendida para todos los ignorantes, los impacientes, los orgullosos, los avariciosos que siempre confunden las materias viles con los metales nobles.
El jardinero es el más sabio de los hombres, pero lo ignora, porque trabaja con simientes oscurecidas y con una tierra mezclada con muerte. (MR I, 25’)
Quienes cultivan la tierra carecen a menudo del principal alimento celeste, que es la bendición de Dios. (MR I, 34’)
El sabio dispone la simiente y Dios la abre por medio del agua y del fuego. (MR I, 35’)
A continuación, he aquí algunos textos citados por Louis Cattiaux en sus versículos alquímicos:
La semilla universal y espiritual católica no sube, sino que siempre desciende, y la envoltura con la que está cubierta en los cuerpos nos enseña que esta semilla celestial está cubierta, que no se muestra desnuda, sino que se esconde cuidadosamente a los ojos de los ignorantes y de los sofistas, y no es conocida por el vulgo.
En primer lugar, hay que tomar nuestra materia que se puede llamar REBIS o RES BINA, es decir, que es de dos cosas aunque individualmente en un solo cuerpo. Una vez bien encerrada en un vaso de vidrio, debe ser dividida a la manera de los filósofos mediante una sola decocción, por medio de la cual se altera, se pudre, se calcina.
Todo lo que se hace en el mundo no puede hacerse sin los astros.
Todos los filósofos insisten en la necesidad de una asistencia de la gracia divina simbolizada por un fuego secreto que desciende del cielo. (Le Fil d’Ariane, 1996, nºs 57-58, pp. 12 a 24, § 96, 19, 33 y 36)
Un athanor, cargado de su secreto viviente, se encontraba guardado en ese misterioso pequeño taller de un pintor desconocido, en el nº 3 de la calle Casimir-Perier, frente al cual iban y venían los distraídos habitantes de este tranquilo barrio. ¿Y cómo es que aquellos que entraban por casualidad no percibieron el sutil perfume de la Rosa química?
Y, sin embargo, allí se elaboraba, en la total ignorancia del mundo exterior, verso tras verso, donde cada palabra era pesada con cuidado como una quintessencia destilada pacientemente, gota a gota. Allí se elaboraba, digamos, este Mensaje Reencontrado, testimonio del misterio de la Palingénesis reencontrado, pues siempre ha sido repetido por los adeptos de Hermes y por los profetas desde el amanecer de la humanidad. (Se sabe que palingénesis significa «nuevo nacimiento» o «regeneración».)
Permítanme citarles algunos textos que he recopilado de las notas manuscritas de Louis Cattiaux:
La Palingénesis es el término más elevado de la alquimia, así como la Crisopea es el término más bajo. La alquimia es la realización del Arte sacerdotal y del Arte Real. Es la llave de oro que abre el secreto tradicional, que es la regeneración de la creación caída.
La alquimia no es de naturaleza puramente interior. Este es el grave error de todos los intelectuales, filósofos, místicos, espiritistas y espirituales.
Se trata de una operación material unida a una operación espiritual, pero oculta bajo los términos de la química vulgar, lo que ha engañado a los profanos.
Una no excluye la otra, muy por el contrario, ya que se complementan necesariamente.
Un versículo del Mensaje dice en efecto:
Hay que disolver antes de coagular. Es la ley del cielo y de la tierra. (MR XXXI, 39 y 39’)
Son las dos vías, la húmeda y la seca, que se encadenan necesariamente.
En sus notas manuscritas, Cattiaux continúa:
Pernety destaca la diferencia entre la filosofía hermética y la química vulgar, lo cual es cierto, pero eso no significa que la alquimia sea desencarnada y solo espiritual. Es la Ciencia de las Ciencias y tiene un carácter efectivo.
No se debe confundir la alquimia con la crisopeya, ya que la alquimia, que es la práctica del hermetismo, es la ciencia total del ser, mientras que la crisopeya se refiere únicamente a la parte que concierne a los metales, al igual que la argiropeya.
El hermetismo es el núcleo mismo de la tradición, y por eso puede incorporarse a todas las facetas de la tradición representadas por diversas religiones. La ciencia alquímica es verdadera y palpable.
Concluiré con esta afirmación de un conocedor del siglo XX, deseando no haber abusado de su amable atención, y esperando que aquellos de ustedes, señoras, señoritas, caballeros, que se sientan atraídos por el misterio de la Santa Ciencia de nuestro maestro Hermes, tengan la curiosidad de examinar sin prejuicios y con paciencia este Mensaje Reencontrado, que es el fruto profético de la Gran Obra realizada.
Sin embargo, añadiré una palabra, si me lo permiten, que no es sin interés, para decir que Louis Cattiaux también era vidente. Tenemos un ejemplo en el libro XXXVIII que fue escrito a principios del año 1953:
¿No hemos anunciado con precisión y con mucha antelación la caída y la quiebra del régimen sin Dios? (MR XXXVIII, 4)
Todos recordamos la caída del muro de Berlín y la quiebra del régimen soviético que fue su consecuencia, algo que ahora es bien verificable. El siguiente versículo también dice:
¿No hemos advertido a los dormidos de las catástrofes geológicas que empiezan a actuar sobre el mundo extraviado? (MR XXXVIII, 4’)
Estos dos versículos también merecen ser tomados en consideración, pues anuncian sucesos todavía más graves.