285. Las primeras desilusiones
Ya te sientes desanimado por una pequeña desilusión de nada, ¿cómo te sentirás entonces dentro de diez o quince años cuando el Señor haya quebrantado sobre ti, como sobre un yunque, todas las cortezas vacías y pretenciosas que producen ilusiones en el mundo donde te desesperas y buscas el secreto? Seguirás recibiendo más golpes como para reventar y te quedarás jadeante y doliente durante días y días; sin embargo, permanecerás con la maravillosa pequeña llama del santuario que nunca se apaga, y con el tenaz olor de fe que no desaparece.
Aquí tienes el siguiente versículo en respuesta a tu fatiga de esta vida: «Sería mejor no haber nacido que despreciar la vida que nos ha sido dada por Dios y que hemos oscurecido estúpidamente».
Eres impaciente como aquellos que no saben que Dios y la Naturaleza operan insensiblemente por decantación y algunas veces también por estallidos interiores, pero son estallidos provocados por un empuje continuo y progresivo y no por una explosión brutal. Tu impaciencia y tu exigencia serían incluso risibles si no fueran tan dolorosas… La oración y los sueños serán para ti enseñanzas muy útiles.
288. En espera de encontrar el reino
¿Cómo podría atreverme yo a empujarte en esta vía (del conocimiento)? ¿Entiendes por qué te he aconsejado rezar para recibir en lugar de conocer? Porque si la primera cosa es posible, ¿por qué arriesgar la locura, el ateísmo y la muerte buscando el secreto de Aquel que es? E incluso sin la tortura de la pobreza y la reprobación de tu entorno, la angustia seguirá siendo enorme y el muro del secreto, formidable, insondable, inquebrantable, sordo, ciego, aplastante, oscuro más allá de todo lo que puedes creer e imaginar, y es con terror que los santos apartan de la búsqueda del secreto palpable, pues si el secreto impalpable ya es enorme y casi irrealizable, entonces, ¿qué decir de aquel que se bebe y se come? ¿Y cómo es que puedo aún arrastrarme y tender las manos? ¡Milagro! ¡Sí, milagro! Después de tantos golpes y tantas heridas en esta búsqueda salvaje e implacable. Sí, pensé: «Si solo hay uno, yo seré ese», y ha sucedido y sucederá, pero ¡en qué estado! Desapegado, ciertamente, pero a golpes de barra de hierro, azotado y crucificado como mi Señor, jadeante y todavía cubierto por la mugre inmunda. Sin embargo, necesito resucitar y vivir en la eternidad de la gloria, el esplendor del Perfecto, y caminar hacia el destino de Moisés, Elías, Enoc, Melquisedec y Jesucristo, que es el destino último y el reposo de los hijos de Dios. ¿Quién no pagaría el precio pedido por un tal final y un tal comienzo?